El individualismo de los liberales será el de sostener empecinadamente que el único agente moral que cuenta es la persona, que es por ello el punto de vista desde el que debe pensarse la política. El individualismo no puede ni debe ser confundido con el egoísmo…Lo político o, si se prefiere, el Estado, son instrumentales con respecto al fin último, que es el de garantizar la existencia libre de las personas. Lo político al servicio del individuo, no al revés. Los individuos son distintos, tienen creencias e intereses diversos, son irremisiblemente plurales. Cada uno de ellos forma a su gusto su proyecto de vida buena y tiene derecho a perseguirlo. No es el Estado quien tiene a su cargo decidir sobre cuál deba ser la felicidad para sus súbditos, su vida mejor, sino que cada uno de ellos tiene derecho inalienable a su propia búsqueda de la felicidad, como sentará la Declaración de Independencia de las colonias americanas en 1776.
Hoy en día pensamos en las leyes como la forma natural u obvia de ejercer la autoridad, porque vivimos en sociedades organizadas bajo el principio de dominación legal o burocrática. Los estados modernos son todos estados jurídicos (Rechtsstaaten), ya sean Francia o China. Y, sin embargo, no todos son estados de derecho. Lo que significa que cuando el liberalismo reclama la existencia y primacía de la ley, lo hace de una manera particular. Reclama la ley, precisamente como forma de limitación del poder ante unos derechos innatos del ser humano. Por eso, el artículo 16 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 dirá que “toda sociedad en que no esté establecida la garantía de los derechos ni determinada la separación de poderes carece de Constitución”. Por eso la URSS, Corea o China no han tenido ni tienen Constitución, salvo nominal o semántica, pero no efectiva, escribe José María Ruiz Soroa que fue profesor titular en la Universidad del Pais Vasco.
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