jueves, 17 de octubre de 2024

El mentiroso

Los humanos, en su inacabable búsqueda de la verdad, hemos inventado un aparatito que se llama detector de mentiras o polígrafo, y que se fundamenta en que no decir la verdad desencadena perturbaciones en cuatro manifestaciones mensurables, que son la presión arterial, el ritmo cardíaco, la respiración y la transpiración.
Más allá de los manuales de autoayuda para cazar embusteros, las ciencias de la conducta hacen hincapié en que no hay ningún método seguro, sólo existen posibles indicios. Ni siquiera el polígrafo sirve. Sienten ante él a un inocente y comiencen a bombardearle con preguntas relativas a un asesinato, seguro que se estresa. Ahora hagan lo mismo con un desalmado, es muy probable que se levante fresco como una rosa y habiéndoselo pasado la mar de bien. Y sudar, desviar la mirada o ponerse como un tomate no es sinónimo exclusivo de mentiroso, también lo es de tímido; una condición que puede ser incómoda para quien la padece, pero no intrínsecamente perversa.
Se ha descrito un trastorno bautizado como el síndrome de Pinocho, que no se caracteriza porque a alguien le crezca la nariz en cuanto profiere un embuste (lo cual sería muy práctico), sino porque no saben hablar sin incluir una mentira en su discurso. Además, es que no lo pueden evitar, por eso es enfermizo. Detrás de estas personalidades, según describen los manuales, se esconden rasgos autodestructivos porque no afrontan los problemas, sino que los cubren con un tupido manto de farsa y autoengaño. En ellos hay problemas de autoestima, inseguridad y carencias afectivas, pero la buena noticia es que tiene tratamiento terapéutico.

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