"Los héroes de Balzac son ambiciosos y dominantes, arden en deseos vehementes de poder. Nada les basta, son todos insaciables, todos son ala vez conquistadores del mundo, revolucionarios, anarquistas y tiranos. Tienen un temperamento napoleónico. También los héroes de Dostoievski son fogosos y arrebatados, su voluntad rechaza el mundo y con una soberbia insatisfacción pasan por encima de la vida real para asir la verdadera; no quieren ser ciudadanos ni hombres, sino que en todos ellos centellea bajo la humildad el peligroso orgullo de querer ser un redentor. El héroe de Balzac quiere someter el mundo, el de Dostoievski vencerlo. Ambos tienden a ir más allá de lo cotidiano, se dirigen como una flecha hacia lo infinito. Los personajes de Dickens, por el contrario, son comedidos. Dios mío, ¿qué quieren? Cien libras al año, una buena esposa, una docena de hijos, una mesa bien puesta para acoger a los amigos, un cottage cerca de Londres con vistas a los árboles desde las ventanas, un jardincito y un puñado de felicidad. Su ideal es provinciano, pequeño-burgués, es con lo que nos encontraremos en Dickens. Sus criaturas no desean en el fondo ningún cambio en el orden mundial, no quieren riqueza ni pobreza, sino este cómodo punto medio que como máxima de vida es tan sabia para tenderos y carreteros y tan peligrosa para el artista. Los ideales de Dickens se han contagiado de la palidez del mundo en que vive. Tras su obra no hay un Dios colérico, gigantesco y sobrehumano, creador y domador del caos, sino un observador satisfecho, un ciudadano leal. Lo burgués llena por completo la atmósfera de todas las novelas de Dickens", escribe Stefan Zweig.
No hay comentarios:
Publicar un comentario