La creación del partido totalitario, esa encarnación anticipada de la utopía de la sociedad total con su hombre-comunidad u hombre-partido ya realizado. Este fue el aporte decisivo de Lenin tanto al marxismo revolucionario como a la génesis del totalitarismo. Con ello se pudo materializar el programa de Marx, es decir, aquella realización de la filosofía de que hablaba en sus obras juveniles o el intento de construir un mundo de acuerdo a la utopía de una sociedad donde el individuo se funde con el colectivo, donde nada lo separa del resto de la humanidad, donde, para decirlo con las palabras de La cuestión judía, desaparece “el dualismo entre vida individual y de la especie”, así como “la separación y el extrañamiento del hombre frente al hombre” pasando éste a ser, finalmente, “un ser a nivel de la especie”. Para realizar este hombre-especie hubo que destruir, por la fuerza, toda sociedad civil y toda individualidad independiente, todo vínculo o ámbito que separase al hombre del colectivo. Este sacrificio del individuo en aras de la colectividad fue un sacrificio realizado voluntariamente por el militante revolucionario del partido leninista, que pasaba así a convertirse en un hombre-partido, aquel que vive por y para el partido. Esa fue la célula básica y el prototipo de la futura sociedad total; un ser humano que se autosegrega mentalmente del mundo circundante para existir en y mediante el partido. Se crea así, con las palabras de Hannah Arendt, “un ser humano absolutamente aislado, aquel que, sin ningún otro vínculo social con la familia, los amigos, los compañeros e incluso conocidos, deriva su sentido de tener un lugar en el mundo solamente del hecho de pertenecer al movimiento, de su militancia en el partido”.Esto es lo mismo que uno de los leninistas más brillantes, el filósofo húngaro Georg Lukács, afirmó a su manera ya en 1922 al decir que “la absorción incondicional de la personalidad total de cada miembro en la práctica del movimiento, es el único camino viable hacia la realización de la libertad auténtica”. Estas son palabras dignas de ser pensadas un par de veces, la “libertad auténtica” es lisa y llanamente, tal como Marx lo había dicho en sus escritos de juventud, la negación del individuo como tal.
En Rusia, tal como en cada lugar donde ello se ha intentado, los hombres fueron totalizados contra su voluntad, arrasando a sangre y fuego toda existencia más allá del colectivo definido y controlado por el partido-Estado. Se creó aquello que Hannah Arendt define como la base misma del totalitarismo, una sociedad de individuos aislados y sin relaciones sociales normales, que se ven enfrentados a un poder que los envuelve y que les da la única vida social e identidad que se les permite tener. La creación de una sociedad así fue iniciada por Lenin y consolidada por Stalin a través del terror generalizado y la destrucción final de toda vida económica, social y cultural independiente del partido-Estado. Su arma más eficaz y su efecto más profundo fue la creación de una desconfianza generalizada, un miedo universal que hace que cada individuo vea en toda relación social fuera de la esfera del partido-Estado un peligro para la propia supervivencia. Las purgas convirtieron en regla la culpabilidad por el mero hecho de tener alguna relación con una persona a la que se le imputa un crimen. Llega así, dice Arendt, a hacerse “obvio que la prudencia más elemental exige que dentro de lo posible se eviten todos los contactos íntimos”. A partir de esto y “llevando este principio hasta sus extremos más asombrosos los gobernantes bolcheviques han logrado crear una sociedad atomizada e individualizada como nunca antes se había visto”.
No debemos olvidar que el ansia de superar las limitaciones y desgarramientos de nuestras vidas seguirá siempre presente. Es parte de nuestra condición humana, el complemento necesario de nuestra fragilidad y carencias. Necesitamos soñar con otro mundo y otro ser humano para poder ser y soportar lo que somos. Pero cuando el sueño nos desborda y creemos que el reino celestial puede ser realizado en este mundo, terminamos construyendo infiernos terrenales. Esa es, finalmente, la gran lección que nos dejó la Revolución rusa.
Referencia:Lenin y el totalitarismo de Mauricio Rojas
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