La maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre. ¿Qué es lo que impulsa la conducta humana?
Tres mil años de literatura nos han enseñado que ninguna persona o Estado es incapaz de actuar con maldad. En el relato que hacía Homero de la guerra de Troya, Agamenón, jefe de las fuerzas griegas, dice a sus hombres antes de que se enfrenten al enemigo: “¡Ninguno de los que caigan en nuestras manos se libre de tener nefanda muerte, ni siquiera el que la madre lleve en el vientre, ni ése escape! ¡Perezcan todos los de Ilio, sin que sepultura alcancen ni memoria dejen!”. Estas viles palabras las pronuncia un ciudadano noble de una de las naciones-Estado más civilizadas de su tiempo, la tierra de la filosofía, de la jurisprudencia, del teatro clásico. Prácticamente las mismas palabras que dijera Agamenón hace tres mil años se han oído en nuestra época en el país de Ruanda, mientras los hutus gobernantes aniquilaban a sus anteriores vecinos, los integrantes de la minoría tutsi. Una víctima recuerda que uno de sus torturadores le dijo: “Vamos a matar a todos los tutsis y habrá un día en que los niños hutus tendrán que preguntar cómo era un niño tutsi”.
Referencia: El efecto Lucifer de Philip Zimbardo (psicólogo, investigador y profesor emérito en la Universidad de Stanford).
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