La música es una delicia debido a su ritmo y su flujo, pero en cuanto detenemos el flujo y prolongamos una nota o acorde más allá de su tiempo, el ritmo se destruye. Dado que la vida, de modo similar, es un proceso que fluye, el cambio y la muerte son sus partes necesarias. Esforzarse por su exclusión es esforzarse contra la vida.
La simple experiencia del dolor y el placer alternos no es, en modo alguno, el núcleo del problema humano. La razón por la que queremos que la vida signifique algo, que busquemos a Dios o la vida eterna, no es simplemente que tratemos de alejarnos de una experiencia inmediata del dolor, como tampoco por esa razón adoptamos actitudes y papeles como hábitos de autodefensa perpetua. El verdadero problema no procede de ninguna sensibilidad momentánea al dolor, sino de nuestros maravillosos poderes de memoria y previsión, en una palabra, de nuestra conciencia del tiempo.
Si para disfrutar de un presente agradable debemos tener la seguridad de un futuro feliz, estamos pidiendo la luna. Carecemos de esa seguridad. Las mejores predicciones se basan todavía en la probabilidad más que en la certeza, y sabemos perfectamente que cada uno de nosotros va a sufrir y morir. Entonces, si no podemos vivir felizmente sin un futuro asegurado, es que, desde luego, no nos adaptamos a vivir en un mundo finito donde, a pesar de los mejores planes, ocurrirán accidentes, y cuyo único final es la muerte.
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