Lo que se espera encontrar en las óperas de Mozart es la perfección, sea el que fuere el medio que escoja para su obra; tienen en sí una abundancia de recursos mayor que la que se pueda hallar en cualquier ópera anterior a ellas. De La flauta mágica se habla a veces como de la ópera más perfecta que jamás se haya escrito. Su asunto se presta muy bien al tratamiento operístico, por su naturaleza fantástica. Es seria y cómica al mismo tiempo y combina un tesoro de inventiva musical con un estilo popular accesible a todos. Una verdadera contribución de Mozart a esta forma fue el finale operístico. Es un efecto solamente posible en la ópera, esa escena final de acto en la que todas las principales figuras cantan al mismo tiempo, cada una acerca de una cosa distinta, y concluyen con un resonante fortissimo para satisfacción de todos los interesados.
Wagner llevó la orquesta sinfónica al teatro de ópera, de tal manera que el interés principal no está a menudo en la escena, sino en el foso de la orquesta. Con frecuencia hay que escuchar a los cantantes como cosa solamente secundaria, mientras que la atención principal se pone en lo que “dice” la orquesta. Wagner fue por naturaleza un sinfonista que aplicó sus dotes sinfónicas a la forma de la ópera.
Verdi. Sus óperas eran, sin duda, demasiado tradicionales, demasiado fáciles y aun a veces demasiado vulgares; pero conmovían. Verdi fue un hombre nacido para el teatro; la pura eficacia de obras como Aída, Rigoletto, Traviata asegura a éstas un puesto permanente en el repertorio operístico.
Mussorgsky y Bizet fueron capaces ambos de crear óperas dignas de comparación con las mejores de Verdi o Wagner. De los dos, las óperas del ruso son las que han tenido descendencia más copiosa.
Los compositores de ópera de hoy están de acuerdo por lo menos en un punto, la franca aceptación de las convenciones de la escena operística. Puesto que no hay esperanza posible de hacer real la ópera, han renunciado voluntariamente a todo intento de reforma. Parten valientemente de la premisa de que la ópera es una forma no-realista, y en lugar de deplorar ese hecho están decididos a utilizarlo. Tienen la convicción de que la ópera es, antes que nada, teatro y, como tal, exige un compositor que sea capaz de escribir música para la escena, escribe Aaron Copland (Brooklyn, Nueva York, 14 de noviembre de 1900-Peekskill, estado de Nueva York, 2 de diciembre de 1990) que fue un compositor de música clásica y de cine estadounidense.
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