Escribe Oriana Fallaci que había un bellísimo monumento que estaba delante del Palacio de Justicia de Birmingham, capital de Alabama. Un bloque de piedra con un gran libro de mármol abierto por la mitad, y sobre las dos páginas abiertas los Diez Mandamientos, génesis de nuestros principios morales. Los habitantes de Birmingham estimaban mucho al gran libro de mármol. Y también el gobernador, un hombre muy querido por los negros que allí son casi todos cristianos. Baptistas, metodistas, presbiterianos, luteranos, católicos. Pero un triste día los representantes de la exigua minoría islámica se pusieron a murmurar que los Diez Mandamientos los habría escrito el judío Moisés, que exponerlos en público favorecía a la cultura judeo-cristiana es decir a los baptistas, metodistas, presbiterianos, luteranos, católicos. Y los Politically Correct se alinearon con Alá. La protesta terminó en la Corte Constitucional, los salomones de la Corte Constitucional sentenciaron que además de dañar al diálogo interreligioso el libro de mármol ofendía a las normas sobre las que se basa la separación entre Estado e Iglesia, y el bellísimo monumento fue retirado a despecho del gobernador que se negaba a aceptar el ultrajante veredicto.
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