En junio de 2015, el FMI calculaba que, por término medio, si el 20 % de la población más favorecida aumentase un punto porcentual la cuota de ingresos que acumula, el aumento del PIB de un país es un 0,08 % más bajo en los cinco años siguientes; en cambio, cuando el 20 % más bajo de un país gana un punto en los ingresos, el crecimiento es un 0,38 % mayor. Cuanto más concentrada está la riqueza en pocas manos, menor es el crecimiento de un país. Poco antes, la OCDE había marcado la misma tendencia; según sus cálculos, el incremento del índice de Gini, el más común para medir la desigualdad, fue entre 1985 y 2005 de dos puntos en 19 países de la organización con sede en París, y ello supuso un lastre de 4,7 puntos porcentuales en el crecimiento acumulado entre 1990 y 2010. Los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) muestran que los niveles de todo tipo de desigualdad exagerada se vuelven intolerables para los ciudadanos, especialmente cuando los estándares de vida medios para el conjunto de la población se deterioran a marchas forzadas, como ha sucedido durante la crisis.
El profesor de la Universidad de Harvard Feldstein, Michael J. Sandel, advierte que hay que centrarse no sólo en reducir la pobreza sino también la desigualdad porque “si la brecha entre ricos y pobres se vuelve muy grande aunque nadie pase hambre, las personas empiezan a vivir cada vez más separadas, en distintos barrios, distintos medios de transportes, distintos médicos, dejan de convivir en los espacios públicos… No es bueno para la democracia. La democracia no requiere igualdad, pero si la gente vive en esferas cada vez más separadas el sentido de ciudadanía y de bien común es más difícil de sostener”.
Referencia:Estos años bárbaros de Joaquín Estefanía
No hay comentarios:
Publicar un comentario