Sabemos que existe una importante diferencia en los beneficios de la urbanización entre Nueva York o Londres, por una parte, y Bombay o Lagos, por la otra. A finales de julio de 2012, un fallo masivo de la red eléctrica en el norte de la India, que dejó sin electricidad a 640 millones de personas, vino a recordarnos que las megaciudades son redes muy frágiles. Hoy sabemos, asimismo, que de vez en cuando en la historia de Nueva York, en especial a finales de la década de 1980, cuando los crímenes violentos alcanzaron su punto álgido, las externalidades negativas de las redes urbanas han estado a punto de superar a las positivas.
Allí donde hay un gobierno representativo eficaz, donde existe una economía de mercado dinámica, donde se respeta el imperio de la ley y donde la sociedad civil es independiente del Estado, los beneficios de una población densa superan a sus costes. Pero allí donde no rigen esas condiciones sucede lo contrario, escribe Niall Ferguson en su libro La gran degeneración. Ferguson es titular de la cátedra Laurence A. Tish de Historia en la Universidad de Harvard y la cátedra William Ziegler de Administración de negocios en la Harvard Business School.
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