Marco Tulio Cicerón (Arpino, 3 de enero de 106 a. C.-Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.) argumentaba que el mundo natural tenía que haber surgido de alguna razón natural. Y si la estructura del mundo en todas sus partes es tal que no podría haber sido mejor ni en cuanto a utilidad ni en cuanto a belleza. Si, pues, los productos de la naturaleza son mejores que los del arte y si el arte no produce nada sin la ayuda de la razón, tampoco se puede pensar que la naturaleza carezca de razón. Cicerón fue también el primero en recurrir a la metáfora del relojero que más tarde se convertiría en el argumento clave a favor de un diseñador inteligente. En palabras de Cicerón: “Cuando ves una estatua o una pintura, reconoces allí la mano o presencia del arte; cuando ves a distancia marchar una nave no vacilas en suponer que su movimiento es guiado por la razón y por el arte; cuando miras a un reloj de sol o a una clepsidra, infieres que eso te indica el tiempo gracias al arte y no por casualidad; ¿cómo puede, pues, ser lógico o consecuente suponer que el mundo, que incluye en sí las obras de arte de que hablamos, los artífices que las hicieron, y cualquier otra cosa además, pueda carecer de plan y razón?” Esta fue precisamente la argumentación adoptada por William Paley casi dos mil años más tarde, un invento implica un inventor del mismo modo que un diseño implica un diseñador.
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