viernes, 25 de octubre de 2024

Nadie saltaba el muro en dirección al Este

Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y no estaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia de los pueblos. Nadie saltaba el muro en dirección al Este. Los chinos que lograban huir pedían asilo en Taiwán o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisioneros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no ser devueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lo largo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros y emigrantes. Los Estados comunistas, como observara la profesora y diplomática norteamericana Jeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallas no para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos, y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en que se desplazan los migrantes.
El desplome del Este no es tanto el resultado de nuestras virtudes como la consecuencia de un defecto capital en el desarrollo del modelo comunista de Estado, durante años, durante décadas, ignoraron y tergiversaron la realidad económica maquillándola de acuerdo con las conveniencias políticas. Era un sistema dedicado frenéticamente a la ocultación de la verdad, y el precio de ese escamoteo es siempre la catástrofe. Al final, los regímenes comunistas cayeron bajo el peso de sus propias mentiras. Porque todo ha sido y es falso en el modelo económico de corte soviético; los precios, la calidad de las cosas, el valor de la moneda, la producción, la productividad y sus costes reales, el poder adquisitivo de los salarios, la relación entre recursos y prestaciones sociales disponibles, el valor, la calidad y la extensión de los servicios. Todo era mentira, y el caos subyacente se enmascaraba en una maraña de estadísticas fraudulentas concebidas para cumplir falsamente con los arbitrarios planes quinquenales.El país oficial brillaba fulgurante. El país real se caía a pedazos. Esa es la razón última del glasnost, es decir, del examen sin censura de los problemas nacionales. No se trataba de buscar la verdad por altas razones morales, sino porque la verdad es el componente básico e insustituible de la prosperidad, del desarrollo armónico y de la superación de los problemas. La mentira había podrido las raíces de la nación e impedía una enérgica terapia capaz de devolverle la vida. Por eso la perestroika, la reforma, tenía que ir de la mano del glasnost. Sin la verdad por delante, sin la admisión de la terca realidad, no eran posibles ni el diagnóstico adecuado ni la formulación del recetario.



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