Los economistas (y otros expertos) no parecen tener nada muy útil que decir en relación con las causas que hacen que unos países crezcan y otros no. Casos perdidos como Bangladesh o Camboya se convierten en pequeños milagros. Casos emblemáticos como Costa de Marfil descienden al grupo de países más pobres. Visto en retrospectiva, siempre se puede elaborar un razonamiento que explique lo sucedido en cada caso. Pero lo cierto es que, en gran medida, somos incapaces de predecir dónde se producirá el crecimiento y no entendemos muy bien por qué se encienden las cosas de repente. Sin embargo, puesto que el crecimiento económico exige tanto fuerza de trabajo como fuerza intelectual, parece plausible que, cuando se produzca la chispa, aumente la probabilidad de que se encienda el fuego si las mujeres y los hombres tienen estudios, buena alimentación y salud, y si los ciudadanos tienen la seguridad y la confianza suficiente para invertir en sus hijos y para dejarles que se vayan de casa para ocupar nuevos empleos en la ciudad. Pero puede que, hasta que eso ocurra, se necesite hacer algo para que la espera de la chispa del crecimiento sea más llevadera. Si se permite que triunfen la miseria y la frustración, y si el enfado y la violencia toman las riendas de la situación, tal vez la chispa no llegue a producirse. Una política social que funcione, que impida que la gente pase al ataque porque sienta que no tiene nada que perder, puede convertirse en un paso fundamental para proteger la cita del país con ese despegue tan difícil de alcanzar.
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