Como Dan Diner y otros autores han señalado, fue durante la guerra civil estadounidense cuando surgió la expresión “rendición incondicional”, que “descarta cualquier compromiso que pueda permitir la existencia continua de ambos bandos. En una entidad política no partida, solo un bando puede ostentar el monopolio del… uso de la fuerza… Por esta razón, las guerras civiles son las más brutales de todas, acentuando la animadversión y el ejercicio de la violencia hasta llevarlo a límites extremos…”. En las guerras internacionales que enfrentan a dos estados consolidados se produce con frecuencia cierto grado de reconocimiento, tanto del enemigo como de las normas de la guerra, que “no se esfuerza por destruir totalmente al enemigo”. Por el contrario, las guerras civiles “generan un ilimitado grado de radicalización”. Las contiendas civiles y las internacionales están “conceptualmente en las antípodas”, ya que las primeras “se impulsan gracias a cuestiones de índole religiosa, valores, factores ideológicos y principios”.
Carl Schmitt recalca que la guerra civil es especialmente cruel porque, al ser un combate de carácter interno, tiende a pasar por encima del orden legal, lo cual conlleva la justificación de métodos extremos y hace necesario un triunfo total que, a su vez, conlleva la necesidad de la absoluta eliminación política y, en ocasiones, física del enemigo. Mostrar clemencia hacia él se considera signo de debilidad y falta de compromiso. En las guerras civiles, el objetivo no suele ser la paz, sino la eliminación total del enemigo. Así lo señaló Tucídides en la Guerra del Peloponeso, la primera crónica histórica de una guerra civil de la que disponemos. Tucídides escribió que durante la guerra civil registrada en Corcira (Corfú) durante el 427 a. C. se acabó con todas las leyes, al tiempo que se cometían desenfrenadamente actos homicidas y los combatientes trataban de demostrar su compromiso y su lealtad asesinando a sus conciudadanos.
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