Florentino Rodao escribe en La soledad del país vulnerable que el “problema estrella es Corea del Norte. Con Pyongyang se han cumplido los peores augurios y no solo ha habido sobresaltos y temores, sino que se han traspasado algunos límites. Lo que podía ir mal, fue peor. Al comenzar la década se produjeron los incidentes más graves con Seúl desde que en 1953 se firmó el armisticio. Primero, cuando un buque de guerra surcoreano, el Cheonan, fue hundido mientras navegaba por una zona reclamada por Corea del Norte, con un saldo de 46 tripulantes muertos de un total de 104. Después, cuando Pyongyang bombardeó una isla reclamada por ambos países, Yeonpyeong, y provocó cuatro muertos. Además, Kim Jong-Il, hijo del gran líder de la patria norcoreana, encargó miles de cañones con tecnología moderna para mejorar la puntería y aumentar el rango de sus disparos en caso de ataque directo a Corea del Sur. Desde 2012, Kim Jong-un, el nieto de una sucesión seudomonárquica, ha lanzado más misiles y ha generado más terror que su padre y su abuelo juntos con la intención aparente de ser un país normal, reconocido (y financiado) por otros Estados tras la firma de un Tratado de Paz. En 2017, el estrés estuvo a flor de piel. Tras implicarse por primera vez Beijing en las sanciones, dejando de comprar carbón norcoreano y restringiendo las ventas de gasolina y diésel, la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense pareció legitimar una escalada de tensión sin límites. Pyongyang no se amilanó, en parte porque ha podido demostrar que su programa de misiles y su proyecto de bomba atómica han dado un salto cualitativo, al menos aparente. Lo primero lo demostró con dos misiles que sobrevolaron Hokkaidō y cayeron al océano Pacífico, el segundo de ellos alcanzando una distancia de 3.700 kilómetros y 770 metros de altura, mil kilómetros más de distancia y 220 metros más de altura que el anterior. Pyongyang demostró que había fabricado sus primeros misiles balísticos intercontinentales (ICBM), capaces de atacar las instalaciones estadounidenses en Guam, pero también de llegar al continente americano. Lo segundo, tras provocar una explosión subterránea equiparable a la que pudiera provocar un terremoto de magnitud 6,3, que multiplicaba por diez las explosiones previas, al parecer por tratarse de una bomba de hidrógeno. Con estos datos, una agresión nuclear norcoreana ha pasado a ser factible. El escenario más probable sería un ataque a Corea del Sur, en particular a los 28.500 militares estadounidenses desplegados en la península, pero también sería posible que Japón sea su objetivo; no es impensable, pues varios de los misiles norcoreanos ya han sobrevolado su territorio. Las relaciones bilaterales con Corea del Norte, el armamento nuclear, las necesidades de dinero y el extremo propagandismo del régimen de Kim Jong-un han formado un mix de difícil solución. En especial por parte de Japón, que ha experimentado vaivenes entre la dureza y las esperanzas de evolución interna del régimen norcoreano, pero que ha sido el país con una postura más beligerante ante lo que parece el objetivo de Pyongyang, el reconocimiento de su régimen. La mejora de la relación entre Seúl y Tokio es la consecuencia más evidente de su mutua tensión con Pyongyang. De hecho, gracias a la mediación estadounidense, en diciembre de 2015 se llegó a una decisión histórica al reconocer Japón de forma fehaciente la implicación del Ejército Imperial en las llamadas “esclavas del placer”, las mujeres coreanas forzadas a prostituirse durante la segunda guerra mundial. La compensación del gobierno japonés de 1.000 millones de yenes (unos 7,7 millones de euros) a un fondo administrado por el gobierno deja claro el comportamiento deshonesto del Estado y contribuyó a que esas mujeres recuperaran la dignidad.”
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