No cesan de publicarse, casi en tromba, libros, artículos, reportajes, etc. insistiendo en la visión de una república idílica, progresista, espléndida para los trabajadores y echada a perder por las conspiraciones de la oligarquía, de la reacción o del fascismo, omitiendo o desvirtuando los propios testimonios de Azaña, Largo Caballero, Alcalá-Zamora, “padres espirituales de la República”, la documentación interna de los partidos, la prensa de la época etc. “Esa constante mentira es lo más irritante de los rojos”, también decía indignado Marañón. Una de las experiencias más desagradables que he tenido en estos años ha sido la persistencia de esa tradición de la mentira en los medios autodenominados progresistas. Para ellos la búsqueda de la verdad tiene poca importancia, y todo su empeño se concentra en asegurar a toda costa la difusión de sus tesis aprovechando su predominio en los medios de comunicación, la universidad y los centros desde los que pueda crearse opinión. Desde ellos han establecido una censura de hecho. Los llamamientos a la censura o al boicot, el lenguaje insultante, la negación del derecho de réplica, la desvirtuación de las tesis contrarias… han sido constantes y descarados. Libros fundamentales han sido borrados de la universidad, de los medios de masas, a favor de, señala Stanley Payne, “estudios predecible y penosamente estrechos y formulistas”, pero políticamente correctos, escribe el historiador Pio Moa.
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