miércoles, 6 de noviembre de 2024

La pérdida actual del sentimiento religioso ha convenido la muerte en una caída en las tinieblas

Georges Duby, uno de los más prominentes intelectuales franceses, escribe que “cuando nadie duda de la existencia del más allá, la muerte es un paso que se celebra ceremonialmente entre parientes y vecinos. El hombre cristiano posee la certeza de que no desaparecerá por entero mientras espera la resurrección, pues nada se detiene y todo prosigue en la eternidad. La pérdida actual del sentimiento religioso ha convenido la muerte en una prueba terrible, en una caída en las tinieblas y en lo desconocido. Ha desaparecido la solidaridad en torno al paso a mejor vida, y hoy todos se dan prisa para liberarse del cadáver. Más que la muerte, nuestros antepasados temían el juicio, el castigo del más allá y los tormentos del infierno. Miedo a lo invisible, en el fondo del hombre de hoy, que vacila al sentirse impotente ante el destino”.
“¿En qué formas se manifestaba el miedo a la muerte cerca del año mil?Me pregunto si los hombres de esos tiempos temían tanto a la muerte como nosotros. Ninguno duda entonces de que en el universo exista una parte invisible, imposible de conocer, ni que entre ella y el mundo de aquí abajo la frontera no sea infranqueable. La vida se prolonga después de la muerte y los muertos están siempre presentes, sobre todo durante las ceremonias en que se asocian a los vivos. Se los recuerda continuamente en esos lugares de oración que son los monasterios, una de cuyas funciones es, precisamente, la de servir a los muertos y ayudar a los almas a vivir en esa extensión cuya entidad exacta se desconoce pero que allí está esperándonos. La muerte es un pasaje, y ese paso se opera ceremonialmente. Y en esto creo que existe una diferencia profunda con nuestra cultura. La muerte nos resulta algo molesto,hay que desembarazarse de inmediato del cadáver. La transferencia al lugar de la sepultura se realiza de prisa. En la Edad Media, por el contrario, toda la familia, la servidumbre, los parientes, los vasallos, todo el mundo se reúne en torno del que va a morir. El agonizante debe realizar determinados gestos, despojarse y distribuir entre los que ama todos los objetos que le pertenecieron. Debe declarar, también, su última voluntad, exhortar a quienes le sobreviven para que se comporten mejor, y, en fin, someterse a todos los ritos que le conseguirán en el más allá una situación no muy desagradable. Y después se cuida atentamente el cuerpo del difunto. Se lo expone en un lecho ceremonial que se traslada pronto a la iglesia. Y en el templo, durante la vela fúnebre, se desarrolla un último rito, muy expresivo de la solidaridad que une en ese instante a los vivos y los muertos, un banquete. Todas las personas de la familia y de la zona son invitadas a reunirse alrededor de una mesa que preside aquel cuya alma se ha marchado al más allá. Se acercan los pobres y se les ofrece comida; aprovechan por última vez la generosidad del difunto.”

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