Alain Badiou, filósofo y dramaturgo francés, ha descrito tres maneras distintas por las que un movimiento revolucionario (es decir, emancipatorio radical) puede fracasar. La primera es la derrota directa, simplemente, es aplastado por las fuerzas del enemigo. La segunda es la derrota que se produce en la misma victoria. El movimiento triunfa sobre su enemigo (al menos temporalmente) solo para asumir el programa básico de este último (apoderándose del poder, ya sea en la forma democrático-parlamentaria, o en una identificación directa del partido con el Estado). Por último, está la que quizá sea la forma de fracaso más auténtica, pero también la más aterradora. Guiado por el instinto correcto de que toda consolidación de la revolución en el poder del Estado acaba en su traición, pero incapaz de inventar o imponer un orden social verdaderamente alternativo, el movimiento revolucionario entra en una desesperada estrategia de proteger su pureza a través de un recurso ultraizquierdista al terror destructivo. Badiou llama a esta última versión de la derrota la “tentación sacrificatoria del vacío”.
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