Durante mucho tiempo los cronistas vieron el matrimonio como una prueba mediante la cual poder analizar el grado de civilización que alcanzaban las distintas sociedades. Los historiadores, sobre todo cristianos, pensaban que la medida de la evolución de cualquier sociedad venía dada por las condiciones en las que se celebraba el matrimonio y el lugar que la mujer ocupaba en él. En aquellos pueblos donde las mujeres estaban en una situación considerablemente inferior al hombre, y tampoco tenían acceso a una mínima educación, se generaba el fenómeno de la poligamia, decían dichos autores. Sin embargo, cuando la cultura y el refinamiento alcanzaban cotas elevadas, las costumbres y las leyes reconocían a la mujer, la situaban como compañera única del marido, como dueña del hogar. Las sociedades más prósperas y avanzadas son, en efecto, aquellas que “cuidan” a la mujer porque le conceden poder. Las que le otorgan un sitio y le permiten desarrollar sus capacidades. Es cierto que, a lo largo de los siglos, la mujer únicamente ha podido ejercer el poder en el ámbito doméstico, y muy pocas veces fuera de él, aunque ser capaces de gobernar ese espacio de la intimidad también ha permitido a algunas de ellas extender su influencia a la política, la cultura, la economía… Ser dueñas del mundo. Cuanto más exquisitas y adelantadas son las sociedades, más poder ofrecen a la mujer.
En el antiguo Egipto, el matrimonio era toda una institución social. La mujer egipcia gozaba de un respeto y consideración del que carecían sus compañeras del resto de África y del Oriente. La madre era objeto de orgullo; quien tenía una madre ilustre presumía de ello, se jactaba de ser “hijo de”. En documentos y contratos, incluso se hacía constar la descendencia materna de los contrayentes. La madre, pues, era una referencia venerable, de la cual presumía su hijo. Era una figura respetada; la palabra que se empleaba en los contratos de matrimonio era neb-t-pa, el “ama de casa”, a quien su marido otorgaba ese título de estimación. Sófocles y Heródoto cuentan que las mujeres egipcias ejercían el comercio mientras los varones se quedaban en casa tejiendo.La egipcia era una mujer refinada que llegaba al casamiento como un ser independiente, capaz de estipular en el contrato matrimonial que ella misma se haría cargo de la administración de sus propios bienes, e incluso que estaba decidida a habitar en una vivienda distinta a la de su marido.
Referencia: Amantes poderosas de la historia (Ángela Vallvey Arévalo)
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