En las economías de libre mercado, hemos visto corporaciones de miles de millones de dólares caer de la cima, algunas hasta el punto de la quiebra y la desaparición, porque su conocimiento de las circunstancias cambiantes, y las implicaciones de esos cambios, se quedó atrás del de sus rivales advenedizos. Lo que es importante no es si A&P sucumbió ante Safeway o Montgomery Ward ante Sears, sino que el conocimiento y la perspicacia resultaron ser decisivos en la competencia en el mercado. El público se benefició de esto, al obtener lo que deseaban a precios más bajos, debido a que algunas decisiones de negocios fueron basadas en un entendimiento más claro de las realidades económicas del momento y las circunstancias. En las economías de planificación central, hemos visto a los planificadores verse abrumados por la tarea de tratar de fijar literalmente millones de precios y cambiar constantemente dichos precios en respuesta a los innumerables y en muchos casos impredecibles cambios en las circunstancias. No es sorprendente que hayan fracasado en tantas ocasiones. Lo que es sorprendente es que alguien haya esperado que sean exitosas, dada la enorme cantidad de conocimiento que hubiese sido necesario para hacer que este tipo de situación funcionara. Lenin fue sólo uno de muchos teóricos a lo largo de los siglos que imaginó que sería más fácil para los funcionarios gubernamentales manejar las actividades económicas, y el primero en encontrarse de forma directa con las catástrofes sociales y económicas a las que llevaron esas creencias, como él mismo admitió.
Mientras que las economías de mercado a menudo son consideradas economías del dinero, son mucho más economías del conocimiento, ya que siempre se puede contar con dinero para financiar nuevas ideas, tecnologías y métodos organizativos que funcionan, incluso cuando estas innovaciones son creadas por personas que inicialmente no tenían dinero, escribe Thomas Sowell, miembro distinguido de la Hoover Institution de la Universidad Stanford.
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