Tendemos a escuchar únicamente lo que queremos y bloqueamos o convertimos en ruido todo aquello que contradice nuestras creencias (Rubio & Sapag, 2014). En ese sentido, ante los millones de narrativas en competición que pone a nuestro alcance Internet, el cerebro del sujeto recurre a esos instintos primarios de supervivencia que se ven reforzados por cajas de resonancia donde cada instinto busca su acomodo. El periodismo, como la ciencia, tiene la misión de buscar la verdad y hacerla pública, de ahí que cause dolor y hasta rechazo social. Para entender la comunicación del siglo XXI es importante resaltar el hecho de que la opinión pública no busca la verdad, sino aquello que confirme sus creencias previas. (Elías, 2018) En este escenario encuentra su razón de ser el fenómeno de las “noticias falsas” o fake news, que han trastocado el normal desarrollo de procesos electorales, la reputación de políticos, Estados y empresas, así como la credibilidad de los medios de comunicación, en muchas ocasiones cooperadores involuntarios y necesarios en la propagación de las noticias falsas (Ríos, 2017). La meta de este fenómeno no consiste únicamente en lograr una gran penetración o popularidad entre el público, sino que pretende también despojar a los medios dominantes de la posición de autoridad que han disfrutado, buscando que sus opiniones pierdan valor a la hora de construir la opinión pública e influir en las creencias mayoritarias que son compartidas por la sociedad (González Pascual, 2017).
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