viernes, 1 de noviembre de 2024

Lo que le interesaba a Confucio era un orden social armónico

Confucio no era tanto un filósofo como un protoideólogo. Lo que le interesaba no eran las verdades metafísicas, sino más bien un orden social armónico, dentro del cual los individuos pudieran llevar vidas felices y éticas. Él fue el primero en bosquejar claramente lo que se tiene la tentación de llamar el escenario elemental de la ideología, su nivel cero, y que consiste en reivindicar la autoridad (sin nombre) de alguna importante tradición. Se hacía referencia a un tiempo original en el que esta tradición todavía reinaba por completo (cuando un rey era realmente un rey, un padre realmente un padre, etc.), en contraste con el periodo actual, que aparecía como el tiempo de la decadencia, de la desintegración de los lazos sociales orgánicos, de la creciente brecha entre las cosas y las palabras, entre los individuos y sus títulos o papeles sociales. No sorprende que Confucio representara sus enseñanzas como lecciones trasmitidas desde la antigüedad. Y el hecho de que sea fácil demostrar lo a menudo que hacía exactamente lo contrario al proponer algo totalmente nuevo (la tradición a la que apelaba era lo que Eric Hobsbawm ha llamado una tradición inventada ) hace que su insistencia en que él era un “transmisor y no un creador” sea aún más sintomática, su referencia a la tradición era una necesaria ilusión estructural. De acuerdo con Confucio, la gente vivía sus vidas dentro de parámetros firmemente establecidos por el Cielo (que, más que un significativo Ser Supremo, designa el orden natural superior de las cosas, con sus ciclos y modelos establecidos). Los hombres son, no obstante, responsables de sus acciones, especialmente de su trato a los otros; podemos hacer poco o nada por alterar nuestro predestinado periodo de existencia, pero determinamos lo que conseguimos y lo que nos hace ser recordados. El Cielo gobierna el universo físico a través del ming, o destino, que está más allá del entendimiento y control humano, y gobierna el universo moral, el universo del comportamiento humano, a través de T’ien ming, o el mandato del Cielo. Este mandato está basado en la idea de que el Cielo está ante todo preocupado por el bienestar de los humanos y de la sociedad humana; para poder alcanzar ese bienestar el Cielo instituye el gobierno y la autoridad. El Cielo da su mandato a una familia o a un individuo para que gobierne sobre otros seres humanos con justicia e imparcialidad; los gobernantes tienen que hacer que el bienestar de su pueblo sea su principal preocupación. Cuando los gobernantes o una dinastía fracasan en gobernar de esta manera, el Cielo acaba con su mandato y se lo otorga a otro.
¿No es el Cielo el nombre chino para el gran Otro? En este sentido, ¿no está el gobierno del Partido Comunista legalizado por el “Mandato del Cielo”, que obliga a los comunistas a gobernar de una manera que haga que el bienestar de su pueblo sea su principal preocupación?
Cuando se le preguntaba sobre los principios de la buena gobernanza, Confucio replicaba: “El buen gobierno consiste en que el gobernante sea un gobernante, el ministro un ministro, el padre un padre, y el hijo un hijo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario