El feminismo insiste afirmar que que los hombres ganan mucho más que las mujeres a cambio de desempeñar el mismo trabajo. Discriminar de esta forma no sería una decisión inteligente desde el punto de vista económico, puesto que, si fuese cierto que se puede pagar mucho menos a las mujeres, las empresas se apoyarían mayoritariamente en plantillas femeninas, puesto que ello generaría una notable ventaja en términos de costes. Si la ley no lo permite y si la lógica económica no lo aconseja, ¿por qué existe una "brecha salarial"? La respuesta es sencilla, en realidad, tal diferencial de ingresos no existe. Los estudios realizados manifiestan que, tras contraer matrimonio y formar una familia, es más probable que las mujeres reduzcan su jornada laboral y, a raíz de esto, vean cómo su trayectoria profesional avanza a menor velocidad. Los poderes públicos pueden moderar el impacto de estas decisiones personales ofreciendo, por ejemplo, rebajas fiscales que reduzcan costes como el cuidado de los hijos. Pero no hay que olvidar que, al fin y al cabo, la decisión de formar una familia trasciende lo económico y, de hecho, incluso en los países escandinavos, donde las ayudas sociales y las políticas de conciliación son muy generosas, el mercado de trabajo sigue arrojando patrones similares de comportamiento.