El poder no es bueno ni malo, es como un martillo. Lo usas para lastimar a alguien o para clavar un clavo. El poder no corrompe. Será tal como sea el corazón de quien lo manipula. Cuando ese corazón está herido, aparece la prepotencia. Hay personas que tienen el corazón enfermo pero ni ellos lo saben… hasta que tienen poder. Cuando tienen un poco de poder, se vuelven déspotas. Y los demás se sorprenden: “Esta persona no tenía dinero y ahora que lo tiene, lastima a los otros”; “Era buena persona pero ahora que tiene poder, se ha corrompido”. No es que el poder lo corrompió, es que tenía el corazón herido y el poder activó, sacó a la luz sus frustraciones. Si a una persona herida en el trabajo le dan un poco de poder, empezará a maltratar a todos, a gritar, a descalificar a los demás, excepto al hijo del dueño. De él para arriba tratará bien a todos, pero de él para abajo maltratará a todos. Creerán que el poder lo corrompió pero la verdad es que le desató la frustración (que él mismo desconocía tener), escribe el sociólogo argentino Bernardo Stamateas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario