miércoles, 17 de febrero de 2016

Por encima de la Ley y los profetas.

Tal vez en el judaísmo el hecho de cumplir los mandamientos, es decir, no mataras, no robaras, no cometerás adulterio y los otros preceptos de la Ley son suficientes para ser un buen judío, pero no es así en el cristianismo. La gran diferencia que existe entre la religión de los judíos y la religión cristiana es que a esta hay que añadir a Jesus. Sin El no vale para nada la Ley.


Pero, para El, si no se ama al Altísimo y al prójimo no tiene ningún valor abstenerse de matar, de robar o dominarse las pasiones; ni tiene valor la observancia de todas las prescripciones. 

Ha construido Su doctrina sobre la Ley e incluso por encima de ella.Lo que en la Ley representa la culminación de las perfecciones humanas, para el cristianismo no es sino el principio de ellas. La Ley exige: Sé una persona honrada. Cristo enseña: Puesto que eres una persona honrada, puedes ser mi discípulo. Pero, incluso si no eres una persona honrada, ama y podrás serlo. 

Ama. Esta doctrina tan sencilla es, sin duda alguna, la más difícil. Pero ¿por qué Cristo que sólo exige un absoluto y constante amor es tan odiado? Tal vez porque nos obliga a contemplarnos ante la realidad, como Doran Gray se contemplaba ante el retrato de su alma.

El gran teólogo católico Joseph Ratzinger recordaba las palabreas de santa Teresa de Lisieux de que un día se presentaría ante Dios con las manos vacías y las tendería abiertas hacia Él. Estas manos vacías describen el espíritu de estos pobres de Dios: llegan con las manos vacías, no con manos que agarran y sujetan, sino con manos que se abren y dan, y así están preparadas para la bondad de Dios que da.




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