Quienes todavía creen que basta con manifestarse, sin ocuparse de la televisión, corren el serio peligro de errar el tiro: hay que producir, cada vez más, manifestaciones para la televisión, es decir, manifestaciones que por su naturaleza despierten el interés de la gente de la televisión, haciendo hincapié en sus categorías de percepción, y que, retransmitidas y amplificadas por esa gente, alcancen su plena finalidad.
La televisión se convierte en el árbitro del acceso a la existencia social y política. Supongamos que trato de conseguir el derecho de jubilación a los cincuenta años. Hace unos años, habría convocado una manifestación, y los reunidos habríamos llevado pancartas, habríamos desfilado, habríamos ido al Ministerio; hoy en día, hay que contratar a un buen asesor de comunicación. Se preparan, de cara a los medios de comunicación, algunos trucos que resulten sorprendentes: disfraces, máscaras, y se consigue así, gracias a la televisión, un efecto que no debe de andar muy lejos del que se obtendría con una manifestación de un millón de personas.
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