En relación al viaje del Papa a Mejico, los periodistas han comparado el pontificado del Papa Francisco con el de Benedicto XVI.
Llevo bajo el brazo el libro de Gonzalo Torrente Ballester “Compostela y su ángel". Ocupándose el escritor, en el capitulo que acababa de leer, de las comparaciones entre San Francisco y Santo Domingo. Me vale como argumentario.
Observa Don Gonzalo que se señalan divergentes caminos, contenidos distintos, en la mentalidad franciscana y en la dominica. Amor, lirismo, naturalismo, frente y aún contra rigor intelectual y disciplina.
Se ve a Francisco como un campeón de la libertad personal, y a Dominico sólo como el promotor de la represión contra los albigenses. Se le inventan a Francisco contactos con todas las herejías imaginativas y sentimentales, en tanto que Domingo queda relegado al papel de defensor de la estrechez dogmática. Francisco cuenta con una sospechosa popularidad entre los santones del laicismo altruista y humanitario, en tanto que Dominico cuenta con su igualmente sospechosa antipatía.
Y aún más: se ve a Francisco como el producto amable de la campiña umbría, y a Domingo como el energúmeno ibérico, hijo de la meseta desolada.
¡Monsergas! En el momento crucial de la Edad Media, los hombres,o, por lo menos, los hombres como Francisco y Domingo, no eran los hijos del paisaje, de ningún paisaje, sino de sus creencias. Conviene reformar las ideas vigentes sobre uno y otro. Conviene, sobre todo, partir de lo que les era común, de la fe, como camino para entenderlos. Entonces será posible a los hombres de hoy ver entre ellos tantas coincidencias como sus contemporáneos vieron, y comprender que entre Francisco y Dominico, como entre Tomás y Buenaventura, no hay abismos, sino que unos y otros son versiones distintas de la misma mentalidad esencial: el cristianismo. Las simpatías o antipatías son harina de otro costal.
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