miércoles, 17 de febrero de 2016

El pueblo llego hasta el borde del suicidio, a la revolución,porque comprendieron que se había aniquilado su condición humana.

Cuentan que Stalin solía desconfiar e incluso mandaba “hacer desaparecer” a los ciudadanos rusos que habían trabajado en países occidentales. El sistema de poder soviético temía mas que a nadie a los comunistas que habían visto que en Occidente existía otro desarrollo social, mas eficaz y mas rápido que el suyo.

Es verdad que las masas de rusos que regresaron a su país desde Europa se llevaron consigo un deseo de otra vida, de otro tipo de cultura, que la que se manifestaba en su realidad diaria de trabajos forzados (el destino de Solzhenitsin y de millones de soldados rusos demostró que Stalin había tenido muy en cuenta tal peligro); pero también es un hecho que ese deseo reavivado jamás llegó a destruir las barreras de alambre de espino. 

Otra cosa fueron los pueblos sometidos por el imperio soviético. Cuando comprobaron que los comunistas rusos  los saqueaba no solo con respecto a los bienes materiales, sino también los derechos humanos, ocurrió algo increíble. El pueblo, y en primer lugar el polaco, llegó hasta el borde del suicidio, a la revolución, luchando contra los tanques y las metralletas nada más que con los puños desnudos, porque comprendieron que se había aniquilado su condición humana, su espíritu, su carácter y su individualidad.


Lech Walesa.

El primer puñetazo lo dieron los miembros polacos de Solidarnosc, fundada en 1.980 y dirigida por Lech Walesa. Era  un movimiento de profundas raíces cristianas. Posteriormente las salidas masivas de germano-orientales a Austria a través de Checoslovaquia y Hungría, una vez que el gobierno de Budapest suprimió los controles fronterizos, dio la puntilla y se volvió a respirar el aire de libertad que el comunismo soviético había    aniquilado.

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