domingo, 4 de septiembre de 2016

¿Qué hacer cuando el propio apellido proclama un odiado origen?

Lord Mountbatten
En la Inglaterra de 1.914, la antipatía contra lo alemán alcanza cotas difíciles de imaginar en un pueblo supuestamente flemático. Entre la aristocracia inglesa abundan las familias de estirpe alemana. ¿Qué hacer si el propio apellido proclama ese odiado origen? Con ese sentido práctico que caracteriza a los ingleses, muchos optan por cambiarlo: en adelante los Battenberg se llamarán Mountbatten (o sea, lo traducen al aristocrático francés, porque el berg alemán, «montaña», se convierte en mount). La familia real, que solía llamarse Sajonia-Coburgo-Gotha tomará en adelante el nombre de su principal castillo residencia y se llamará casa Windsor. Por la misma razón, en Rusia mudan el nombre de la capital, San Petersburgo, que es alemán, por el ruso Petrogrado (de las dos maneras significa “ciudad de Pedro”). 

Castillo de Windsor.

En los niveles inferiores, el rechazo a lo alemán se manifiesta del mismo modo. Los perros de raza alemana no entienden por qué la gente los maltrata. En Francia, al agua de Colonia le cambian el nombre y la llaman agua de Provenza. En Estados Unidos, en cuanto entren en guerra, se propondrá que las hamburgers («hamburguesas») se llamen Salisbury steak («filete de Salisbury») para olvidar su origen, la ciudad alemana de Hamburgo. Por la misma razón, las salchichas de Frankfurt (o Frankfurters) se llamarán liberty sausages («salchichas de la libertad»), y los perritos calientes o dachshunds («perritos alemanes») se llamarán liberty dogs («perritos de la libertad»).

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