lunes, 26 de septiembre de 2016

El enfrentamiento carlista dejó tres guerras civiles y trescientos mil muertos.

Batalla de Lacar
El carlismo dejo tres guerras civiles, con un total de quince años de enfrentamientos repartidos en un período de cuarenta y dos años, con aproximadamente trescientos mil muertos, con la participación elevada de grupos de civiles voluntarios y la cooperación de una parte significativa de los eclesiásticos con la causa antiliberal, dejaron un lastre muy importante en la sociedad de finales del siglo XIX.

soldados carlistas
Los excesos que se cometieron en el intento de neutralizar el movimiento liberal obligaron al rey Fernando VII a destituir a su confesor. El desacuerdo del infante Carlos, hermano de Fernando VII, con esta decisión, dio lugar a la facción ultraabsolutista de los apostólicos o realistas puros, que en 1827 dirigieron un manifiesto al pueblo español. En las acciones armadas colaboró activamente una parte considerable de los clérigos rurales. En septiembre, las tropas de Fernando VII sofocaron la sublevación y ordenaron numerosas ejecuciones y más de trescientas deportaciones. Estas medidas le depararon al rey las simpatías de los liberales moderados y de las clases burguesas. 

Tras la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833,
Busto oficial de Fernando VII
la reacción carlista renace espoleada por la decisión que había tomado el rey de legitimar a su hija Isabel como heredera al trono. De ahí surgen las tres guerras de gran trascendencia social y religiosa que, disputadas en poco más de cuarenta años, marcarán fatalmente el futuro de España e hipotecarán su modernización. Desde los primeros enfrentamientos militares se hizo evidente la adhesión de una gran mayoría del clero a la causa tradicionalista, con una mayor incidencia en los territorios forales del País Vasco y Navarra o en aquellos en los que, por razones históricas y orográficas, se daban las condiciones más favorables para la sublevación popular de las zonas rurales, como Cataluña. 

Karl Marx
De todas formas, no se debe circunscribir el carlismo a unas zonas determinadas ni tampoco entenderlo como un pleito dinástico. Para romper los tópicos cabe recordar el análisis que en 1849 hacía Karl Marx. Para Marx, el carlismo no era un puro movimiento regresivo. Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial con bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo está encarnado en el militar, el capitalismo, la aristocracia latifundista y los intereses secularizados.

La Matanza de Frailes de 1834 en Madrid
Sintomáticamente, fue en Madrid donde se produjo el primer episodio de violencia anticlerical de este período. La capital castellana vivía bajo el azote de una epidemia que aumentaba de intensidad con los primeros calores del verano de 1834 a la vez que crecía la desconfianza hacia un gobierno de regencia que, a pesar de rebajar el sentido absolutista de la monarquía, no gozaba de la simpatía popular. En tales circunstancias es fácil entender que se diera credibilidad al rumor de que monjes y frailes estaban envenenando las fuentes de la ciudad y que ésta era la causa de la propagación del cólera. La proliferación de rumores con consecuencias letales será una constante histórica en muchos de los episodios de violencia anticlerical. El furor popular estalló el atardecer del día 17 de julio. Numerosos grupos de madrileños atacaron, con la colaboración de milicianos nacionales, el colegio Imperial de la Compañía de Jesús y asesinaron a diecisiete de sus moradores. En su recorrido, destruyeron los conventos de los Dominicos de la calle de Atocha y el de los Mercedarios de la contigua plaza del Progreso, con el resultado de siete y ocho monjes asesinados respectivamente. Por último, asaltaron el convento de San Francisco el Grande, donde asediaron durante toda la noche a cincuenta religiosos. Uno de los franciscanos supervivientes dejó escrito al final de su testimonio: “Así concluyó aquella escena sangrienta, celebrada y aplaudida por las calles de Madrid con himnos patrióticos, haciendo alarde de sus triunfos con los sagrados vasos de los conventos asaltados con la más insolente impunidad. Supe por algunos soldados que, formados a las puertas de los conventos, no les permitían defender a las víctimas, ni impedir la entrada de las turbas”.


 En su Historia de los heterodoxos españoles (1880), Menéndez y Pelayo ha dejado escrito que estos acontecimientos deben ser considerados “el pecado de sangre” del liberalismo español. Según él, lo acaecido “abrió un abismo invadeable, negro y profundo como el infierno, entre la España vieja y nueva, entre las víctimas y los verdugos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario