lunes, 12 de septiembre de 2016

La reducciones.

reducciones jesuíticas
En 1604, el Vaticano constituyó la región del Paraguay como una provincia religiosa bajo tutela jesuita. Los seguidores de San Ignacio llegaron al continente con un mensaje espiritual cuajado de esperanza y una promesa de vida mejor que pronto caló entre la población autóctona. Son los años del “cristianismo feliz” ,como los bautizó el teólogo Muratori, que quedó plasmado en el nacimiento de las reducciones, auténticos símbolos de la presencia jesuita en América.

La reducción era una comunidad que reunía las principales características de las dos culturas. Su configuración urbanística llamaba poderosamente la atención al favorecer la igualdad económica y social entre sus integrantes; en definitiva, una especie de comunismo católico supervisado por el paternalismo jesuita. El trazado incluía iglesia, edificios de administración o gobierno, plazas públicas y casas dignas para unos habitantes que trabajan para sí mismos, pero también dentro del colectivo. Todo esto bajo la supervisión de los cultos y refinados sacerdotes de San Ignacio que permitían el mantenimiento de las viejas tradiciones paganas en un camino claro hacia Dios, siguiendo el lema de su fundador: “La mayor gloria de Dios y bien de las almas”. 
Reducción.
En las reducciones se trabajaba la mitad que en las encomiendas, lo que daba como resultado una sensación de libertad y el orgullo de laborar para uno mismo, con lo que se obtenían producciones óptimas que permitían progreso y calidad. Tanta prosperidad en régimen casi de independencia con respecto a las potencias dominantes alarmó a los más reaccionarios, quienes veían en la Compañía de Jesús un enemigo a batir.

guaraníes
En los siglos XVII y XVIII se levantaron treinta y dos reducciones; su aspecto asemejaba el de fortificaciones militares, con empalizadas defendidas por bravos guerreros guaraníes, siempre dirigidos por los perseverantes jesuitas. Las misiones resultaban constantemente hostigadas por esclavistas, en esencia portugueses, que encontraban en estas comunidades obstáculos infranqueables para su crudo negocio. Numerosas misiones fueron asaltadas y sus moradores masacrados ante la pasividad de los gobernantes locales; en el fondo los jesuitas se habían convertido en elementos demasiado incómodos para la expansión colonial. Y de forma maliciosa comenzaron a circular por las ciudades de Europa y América todo tipo de noticias relacionadas con el presunto poder social y económico que iban adquiriendo los jesuitas, con lo que muchos llegaron a pensar que se estaba gestando un «imperio jesuita» en América.

Familia guaraní capturada por cazadores de indios
Las gotas que colmaron el vaso del rechazo fueron las guerras guaraníes, en las que los de San Ignacio tomaron parte activa del lado de los indios, lo que precipitó el esperado e inevitable final. En la segunda mitad del siglo XVIII naciones como Francia, Portugal o España encontraron las excusas necesarias para expulsar a los jesuitas de sus territorios. En España el pretexto fue la presunta participación de la Compañía de Jesús en el famoso motín de Esquilache, argumentando los acusadores que se habían visto jesuitas entre la muchedumbre amotinada y que, además, habían prestado sus imprentas para publicar los panfletos que animaban al levantamiento en Madrid. La acusación explicó que con estas acciones los jesuitas pretendían destronar a Carlos III en el intento de situar a un monarca más proclive a los intereses de la compañía. El 2 de noviembre de 1767 el rey de España firmaba la orden de expulsión de más de cinco mil jesuitas en España y América.

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