lunes, 5 de septiembre de 2016

La religión hebrea.


En la primera época en que cabe distinguir a la religión hebrea, esta aún era probablemente politeísta, pero también monólatra; es decir, que al igual que otros pueblos semitas, las tribus que fueron las precursoras de los judíos creían que había muchos dioses, pero adoraban solo a uno, al suyo. 

Abraham
La primera etapa de perfeccionamiento fue la idea de que el pueblo de Israel debía devoción exclusiva a Yahvé, la deidad tribal, un dios celoso que había hecho un pacto con su pueblo para llevarlo de nuevo a la tierra prometida, la Canaán adonde Yahvé ya había llevado a Abraham desde Ur, y que ha seguido siendo un foco de pasión hasta la actualidad. El pacto era una idea dominante; Israel tenía la seguridad de que, si hacía algo, ocurriría algo deseable en consecuencia, lo que suponía una gran diferencia respecto de la atmósfera religiosa de Mesopotamia o de Egipto. Las exigencias de exclusividad de Yahvé dieron paso al monoteísmo, ya que, llegado el momento para ello, los israelitas no sentían respeto alguno por los otros dioses que podrían constituir un obstáculo para esta evolución. Pero esto no fue todo. La naturaleza de Yahvé fue pronto diferente a la de los demás dioses tribales. La característica más distintiva de su culto era que no había ninguna representación de su imagen.

El poder creativo de Yahvé era otro aspecto que diferenciaba
John Morris Roberts
a los hebreos de la tradición mesopotámica, dice el profesor John Morris Roberts. Ambas religiones consideraban que el origen del género humano era un caos acuático. “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo”, dice contundentemente el libro del Génesis. Para los mesopotámicos, no hubo creación pura; siempre había existido algún tipo de materia, y los dioses solo la ordenaron. Pero para los hebreos era diferente: Yahvé ya había creado el propio caos. Yahvé fue para Israel lo que más tarde expresó el credo cristiano: “Creador del cielo y de la tierra, creador de todo lo visible y lo invisible”; era, por tanto, el supremo creador. Además, hizo al hombre a su imagen y semejanza, como un compañero, no como un esclavo; el hombre era la culminación y la revelación suprema de su poder creativo, una criatura capaz de distinguir el bien del mal. Finalmente, el hombre se movía en un mundo moral que establecía la propia naturaleza de Yahvé. Solo Él era justo; las leyes del hombre podían reflejar o no su voluntad, pero Él era el único autor de la rectitud y de la justicia, quien marcaba los parámetros de la conducta ejemplar.

Moises.
El relato bíblico del viaje por el Sinaí narra probablemente la época crucial en que se forjó la conciencia nacional. Pero la tradición bíblica es lo único que tenemos para documentarnos, y no se recogió hasta mucho más tarde, dice el profesor John Morris Roberts. Sin duda es verosímil que los hebreos debieran huir finalmente de una dura opresión en tierras extranjeras; una opresión que podría, por ejemplo, ser reflejo de las cargas que imponían unas enormes empresas de construcción. Moisés es un nombre egipcio, y es probable que existiera un original histórico del gran líder que domina la historia bíblica dirigiendo el éxodo y manteniendo unidos a los hebreos en el desierto. En el relato tradicional, fundó la ley tras traer los Diez Mandamientos de su encuentro con Yahvé, ocasión en que se renovó el pacto de Yahvé con su pueblo en el monte Sinaí, y que podría verse como el retorno formal a sus tradiciones de pueblo nómada cuyos cultos habían sido erosionados por la larga permanencia en el delta del Nilo.

"Josué ora a Dios para que el sol se detenga". Grabado de Gustave Doré.
La historia de conquista que se narra en el Libro de Josué coincide con los testimonios de la destrucción de las ciudades cananeas en el siglo XIII a.C., y lo que sabemos de la cultura y la religión cananeas también coincide con el relato bíblico de las luchas de los hebreos contra los cultos locales y el politeísmo, que lo impregnaban todo.

Jerusalén fue durante mucho tiempo un pequeño lugar lleno de suciedad y confusión, algo muy alejado del nivel que, mucho antes, había alcanzado la vida urbana de los minoicos. Pero en Israel estaban las semillas de gran parte de la historia futura del género humano. La colonización de Palestina había sido esencialmente una operación militar, y la necesidad militar provocó la siguiente etapa de la consolidación de una nación. Parece que fue el desafío que plantearon los filisteos lo que estimuló el surgimiento de la monarquía hebrea en algún momento hacia el 1.000 a.C. Con ella aparece otra institución, la de la especial distinción de los profetas, ya que fue el profeta Samuel quien ungió,nombrando así de hecho, tanto a Saúl, el primer rey, como a su sucesor, David.

Icono ruso de David, representado como Profeta y Rey,
David había dado a Israel una capital, acrecentando así la tendencia a la centralización política. Había planificado la construcción de un templo, y cuando Salomón lo edificó, el culto a Yahvé tuvo una forma más espléndida que nunca y un lugar duradero.

Jeremías encarcelado y apaleado
Al final, Israel sería recordada no por las grandes hazañas de sus reyes, sino por las normas éticas que anunciaron sus profetas. Ellos dieron forma a los vínculos de la religión con la moralidad que dominarían no solo el judaísmo, sino también el cristianismo y el islam. Los profetas hicieron evolucionar el culto a Yahvé hasta la adoración de un Dios universal, justo y misericordioso, severo a la hora de castigar el pecado, pero dispuesto a dar la bienvenida al pecador que se arrepentía. Este fue el clímax de la cultura religiosa en Oriente Próximo, un punto de inflexión después del cual pudo separarse la religión de la localidad y de la tribu. Los profetas también atacaron con acritud la injusticia social. Para ello, Amós, Isaías y Jeremías dejaron a un lado a la privilegiada casta sacerdotal, denunciando la burocracia religiosa directamente ante el pueblo. Anunciaron que todos los hombres eran iguales ante Dios, que los reyes no podían hacer sin más su voluntad; proclamaron un código moral que era una realidad dada, independiente de la autoridad humana. Así pues, la predicación de la adhesión a una ley moral que Israel creía que había sido dada por Dios, se convirtió también en una base para la crítica al poder político existente. Si la ley no estaba hecha por el hombre, no emanaba aparentemente de ese poder, y los profetas siempre podían recurrir a ella, así como a su inspiración divina, contra el rey o el sacerdote. No es demasiado decir que, si la esencia del liberalismo político radica en la creencia de que el poder ha de emplearse dentro de un marco ético independiente de él, su raíz primaria está en las enseñanzas de los profetas.

todos los hombres eran iguales ante Dios, que los reyes no podían hacer sin más su voluntad; proclamaron un código moral que era una realidad dada, independiente de la autoridad humana.




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