La guerra no es el único negocio de la vida, escribe Samuel Johnson; rara vez ocurre, y bien sea por bueno o por juicioso, todo hombre anhela ver disminuir todavía más su frecuencia. La conducta que deja ver designios de hostilidades futuras, si no atiza la violencia, siempre dará pábulo a la maldad; se ve constreñida a excluir para siempre confianza y amistad y a prolongar, por un avieso intercambio de injurias indirectas, una fría y lenta rivalidad en la que faltan tanto el coraje de la guerra como la seguridad de la paz.
Para el Dr. Johnson disculpar a un pirata puede ser ofensivo para el género humano; pero ¿cuánto mayor es el crimen de abrir un puerto para poner a salvo a todos los piratas? El contrabandista no es más digno de amparo; como dice Narborough, si comercia por la fuerza, es un pirata; si lo hace en secreto, no es más que un ladrón. A quienes rechazan honestamente su comercio, él los odia como obstáculos que son a sus ganancias; y a aquellos con quienes trata, los estafa porque sabe que no se resolverán a protestar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario