viernes, 20 de mayo de 2022

El poder cree que suprimiendo palabras del diccionario se suprimirán conceptos del pensamiento individual

En 1984, la novela de Orwell, el poder cree que suprimiendo palabras del diccionario se suprimirán conceptos del pensamiento individual. Frank Westerman aplica el mismo punto de vista en su estudio sobre el totalitarismo estalinista cuando señala que “rab (esclavo) fue sustituido por rabochi (trabajador). Gospodin (señor) por tovarish (camarada). Y el individuo que se diferenciaba del grupo era tachado de vrag naroda (enemigo del pueblo). La visión de las cosas dependía de cómo se las llamase. Ese era el fundamento de la semántica socialista”. La misión que perseguía el cambio de paradigma lingüístico de los nazis era que la sociedad pasara de puntillas sobre la evidencia de que, si tu vecino de toda la vida era judío, lo más probable fuera que no lo volvieras a ver. Así, palabras que antaño aludían directamente a realidades fueron sustituidas por otras que no aludían a nada. El funcionamiento atroz del nuevo Estado se llenó de siglas vacías y neutras que ocultaban pelotones de fusilamiento y un sistema de justicia paralela, mientras que las designaciones para los judíos se asociaban a animales como el cerdo o la rata. Mediante los cambios en la lengua y la machaconería sobre la cosmovisión alemana, que dibujaba a los arios como descendientes de los dioses conectados a las sagas nórdicas, los nazis intentaron apartar a los judíos de la humanidad mientras elevaban a los arios sobre las demás razas de Europa. La humillación lingüística de los judíos ni siquiera terminaba con la muerte. En la obra sobre los campos de exterminio, Shoah, se explica que los prisioneros, obligados a ejercer de corderos de holocausto y de enterradores, tenían prohibido usar palabras como cadáver, cuerpo o personas para hablar de los difuntos, a los que debían referirse como muñecos, porciones, mierda o espantapájaros. El disfeísmo (antónimo de «eufemismo», palabra connotada e insultante que se elige para humillar) iba más allá de la vida. Los judíos ni siquiera dejaban cadáveres.

Si una parte de la población percibe a los inmigrantes como intrusos criminales, imponer el uso social de palabras con connotaciones positivas (por ejemplo, migrantes, refugiados) será un esfuerzo estéril. El desprecio y el prejuicio son sentimientos tan arraigados como puede serlo la repulsa al nazismo, y por lo tanto son capaces de convertir cualquier eufemismo en insulto, sea este fanático o afroamericano. Entre 1980 y 2008, palabras como obrero, rico, pobre e incluso trabajador fueron patrimonio de partidos marginales de la izquierda comunista. Las mayorías daban la espalda a estos conceptos, que empezaron a entenderse como ofensas. Obrero,pobre, sometido… Nadie quería para sí epítetos como esos, por más que su dinero fuera el espejismo de los créditos bancarios de una burbuja financiera. Nadie quería votar a un tipo barbudo y malhumorado que se refería a la rutilante clase media como parias de la Tierra. Este fenómeno de la repulsión de las masas por determinadas palabras que aludían a la desigualdad social funcionó de abajo arriba. La gente aspiraba a ser rica (o a fantasear con que estaba cerca de serlo), así que la derecha neoliberal solo tuvo que tutelar las nuevas palabras desde la propaganda.

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