martes, 3 de mayo de 2022

Los socialistas, durante la Segunda República, se fijaron como objetivo la derrota de la Iglesia católica


El tono de El Socialista cuando se confirmó la disolución de la Compañía de Jesús, a principios de 1932, marcó toda una pauta que ya no se abandonó: “la desclerificación de España es una hermosa realidad”; en cuanto sea posible, precisa meter en cintura a las demás Órdenes religiosas”. Los jesuitas no debían quejarse: “Piensen que Dios, sin cuya voluntad no se mueve la hoja del árbol, así lo ha querido”. Los socialistas se fijaron como objetivo prioritario dentro de su estrategia la derrota de la Iglesia católica a todos los niveles, pues al fin y al cabo la veían como el buque insignia del mundo tradicional que aspiraban a destruir.Cuando los propagandistas católicos consiguieron hablar ante el público, en múltiples ocasiones fueron boicoteados por alborotadores izquierdistas mediante huelgas, actos de violencia o coacciones de todo tipo.



Los enfrentamientos entre las fuerzas del orden público y los campesinos pobres fueron frecuentes durante todo el período republicano, incluido el primer bienio en el que varios ministros socialistas formaban parte del Gobierno. Largo Caballero se explayó con la sincera rudeza que le caracterizaba, exponiendo a los lectores el núcleo más antidemocrático de su pensamiento: “Yo no sé cómo hay quien tiene tanto horror a la dictadura del proletariado, a una posible violencia obrera. ¿No es mil veces preferible la violencia obrera al fascismo?”. El fascismo, se insistía con absoluta imprecisión conceptual, estaba en marcha en España, y como fascistas eran motejados todos aquellos que podían hacer sombra a los socialistas en el combate electoral: “El papel que el señor Lerroux se ha arrogado dentro del régimen consiste, por lo visto, en servir de puente al fascismo.… Lerroux es un político de golpe de Estado”.



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