jueves, 15 de diciembre de 2016

El presidente Truman no quiso que la CIA se convirtiera en el ejército secreto de Estados Unidos.


El presidente Truman no quiso que la CIA se convirtiera en el ejército secreto de Estados Unidos, pero puesto que una cláusula imprecisa en la Ley de Seguridad Nacional de 1947 autorizaba a la agencia a “realizar aquellas otras actividades y labores relacionadas con la inteligencia que afectan a la seguridad nacional”, los presidentes han utilizado esta autoridad en acciones encubiertas para encargar a la CIA operaciones de sabotaje, campañas de propaganda, fraudes electorales e intentos de asesinato. 

Desde el principio, los críticos cuestionaron si Estados Unidos necesitaba un servicio de espionaje separado del Departamento de Defensa. Al defender la independencia de la agencia, los directores de la CIA han señalado lo que ellos tienen que no tiene el Pentágono. La CIA tiene una estructura de agentes clandestinos que pueden llevar a cabo misiones encubiertas en el extranjero donde la mano de Estados Unidos está oculta. La CIA responde directamente al presidente, y puede llevar a cabo sus órdenes de manera más rápida, y discreta, que los militares. Los ocupantes del Despacho Oval han recurrido a las acciones encubiertas cientos de veces y, en ocasiones, han llegado a lamentarlo.

A principios de 1975, el presidente Gerald Ford hizo un comentario de pasada a los periodistas, diciendo que si los investigadores profundizaban lo suficiente podrían descubrir una serie de intentos de la CIA para asesinar a líderes extranjeros.La prohibición de asesinato del presidente Ford fue su intento de poner límites a sus sucesores en el Despacho Oval, para evitar que los futuros presidentes se viesen involucrados con demasiada facilidad en operaciones oscuras.


Abogados que trabajaban para el presidente Reagan redactaron memorandos legales secretos donde llegaban a la conclusión de que perseguir y asesinar a terroristas no violaba la prohibición de asesinatos de 1976, del mismo modo que lo harían abogados que trabajaban para los presidentes George W. Bush y Barack Obama décadas más tarde. Los abogados argumentaron que estos grupos terroristas estaban preparando ataques contra estadounidenses, por lo que matarlos sería un acto en defensa propia y no un asesinato.

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