domingo, 25 de diciembre de 2016

El Verbo se hizo carne.

El Verbo se hizo carne.
No se me objete, decía Mauriac, que la esperanza sin fundamento deja de ser esperanza, que los cristianos, de no existir la eternidad, jamás lo sabrían y que, en fin, la Nada no puede confundir a nadie. Este razonamiento vale para los que no abandonaron el mundo sino cuando, desde hacía tiempo, el mundo les había abandonado a ellos; para los que aportan a Dios tan sólo unos restos que ya nadie quisiera. Sí, esos, en la apuesta a la que les invita Pascal, con toda seguridad ganan. Pero ¿y para los demás? ¿Para tantos seres jóvenes consagrados a Dios en la fuerza y en la ternura de su edad? A pesar de todo, renunciaron a una realidad. La miserable felicidad humana existe. El amor no nos parece precario y ridículo sino por ser una mera caricatura de la unión divina. Si esta unión fuese un
espejismo, si las promesas eternas jamás hubieran sonado en el mundo, tan triste amor hubiera sido la perla de inapreciable valor, encima de la cual no hubiera existido nada, y hubiese sido preciso renunciar a todo para adquirirla. Mas el Verbo se hizo carne. La cruz sólo es adorable porque Él fue clavado en ella. La cruz sin el Verbo no sería más que un patíbulo.


Aun cuando una brusca marejada destruyera los templos y los claustros, los palacios y las obras, en realidad nada estaría destruido, puesto que subsistirá siempre el Cordero de Dios.

Subsistirá siempre el Cordero de Dios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario