jueves, 22 de diciembre de 2016

La gente se interesaba mucho más por la lucha intestina entre anarquistas y comunistas que por la guerra contra Franco.

El otro día en el canal de televisión “La Sexta” cierto personaje habló de la guerra civil española. Por la forma en que se expresaba, y a pesar de ser su padre falangista, parecía que en pueblo español, tanto de un bando como del otro, estaba “motivado” por lo que ocurría.

Un testigo que vivió esta etapa trágica,George Orwell,escribe que “nadie quería perder la guerra, pero la mayoría deseaba, sobre todo, que terminara. Tal situación era evidente en todas partes. Te encontraras con quien te encontraras, siempre escuchabas el mismo comentario: “Esta guerra es terrible, ¿no? ¿Cuándo terminará?”. La gente con conciencia política se interesaba mucho más por la lucha intestina entre anarquistas y comunistas que por la guerra contra Franco. Para la gran masa de gente, la escasez de comida era lo fundamental. “El frente” se había convertido en un remoto lugar mítico, en el que los hombres jóvenes desaparecían para no regresar o para hacerlo al cabo de tres o cuatro meses con grandes sumas de dinero en los bolsillos. (Un miliciano habitualmente recibía su paga atrasada cuando salía de permiso.) Los heridos, aun cuando anduvieran con muletas, dejaron de recibir una consideración especial. Pertenecer a la milicia ya no estaba de moda, como lo demostraban claramente las tiendas, que siempre son los barómetros del gusto público. Cuando llegué por primera vez a Barcelona, las tiendas, por pobres que fueran, se habían especializado en equipos para milicianos. En todos los escaparates se podían ver gorras de visera, cazadoras de cremallera, cinturones Sam Browne, cuchillos de caza, cantimploras y fundas de revólver. Ahora las tiendas tenían un aspecto más elegante, la guerra había quedado relegada a la trastienda. Como descubriría más tarde, cuando intenté comprar un equipo nuevo antes de regresar al frente, ciertas cosas que allí se necesitaban con mucha urgencia eran muy difíciles de conseguir. Entretanto, había en marcha una campaña sistemática de propaganda contra las milicias partidistas y en favor del Ejército Popular. En este aspecto la situación era bastante curiosa. Desde febrero, todas las fuerzas armadas quedaron teóricamente incorporadas al Ejército Popular y las milicias se reorganizaron sobre el modelo de aquél, con pagas diferenciadas, jerarquización, etc., etc. Las divisiones estaban compuestas por “brigadas mixtas”, formadas por tropas del Ejército Popular y de las milicias. En realidad, los únicos cambios que se produjeron fueron algunos cambios de nombres. 
Por ejemplo, las tropas del POUM que antes se conocían como División Lenin, se llamaban ahora División 29. Hasta junio, muy pocas tropas del Ejército Popular llegaron al frente de Aragón y, en consecuencia, las milicias pudieron conservar su estructura autónoma y su carácter especial. Pero los agentes del gobierno habían estarcido las paredes con el lema: Necesitamos un Ejército Popular”, y por la radio y a través de la prensa comunista se desarrollaba un ataque incesante y a veces virulento contra las milicias, a las que se describía como mal adiestradas, indisciplinadas, etc., etc., mientras se calificaba siempre de heroico al Ejército Popular. Gran parte de esta propaganda parecía dar a entender que era vergonzoso haber ido voluntariamente al frente, y digno de elogio haber aguardado el reclutamiento. Mientras esto ocurría, eran las milicias las que defendían el frente, y el Ejército Popular sólo se adiestraba en la retaguardia, pero tal hecho se ocultaba al conocimiento público. Los grupos de milicianos que retornaban a las trincheras ya no marchaban por las calles con las banderas desplegadas y al son de los tambores; eran transportados discretamente por tren o camión a las cinco de la madrugada. Unos pocos destacamentos del Ejército Popular comenzaban a partir hacia la línea de fuego y, como antes ocurría con las milicias, marchaban ceremoniosamente por la ciudad. Pero a causa del debilitamiento general del interés por la guerra, ni siquiera ellos eran saludados con mayor entusiasmo.

Miembros de la CNT y de la UGT venían matándose unos a otros desde hacía algún tiempo
Miembros de la CNT y de la UGT venían matándose unos a otros desde hacía algún tiempo; en ciertas ocasiones, los crímenes se vieron seguidos por gigantescos funerales provocativos, cuya finalidad deliberada era despertar odios políticos. Poco tiempo antes, un miembro de la CNT había sido asesinado, y ésta había movilizado a centenares de miles de sus afiliados en el cortejo fúnebre. Hacia finales de abril, cuando yo acababa de llegar a Barcelona, Roldán Cortada, miembro prominente de la UGT, fue asesinado, según se cree, por alguien de la CNT. El gobierno ordenó que todos los comercios cerraran y organizó una enorme procesión fúnebre, constituida en su mayor parte por tropas del Ejército Popular y tan larga que se necesitaron dos horas para que pasara por un punto dado.



Los guardias civiles y los carabineros, que no estaban destinados para nada al frente, tenían mejores armas y mejores ropas que nosotros. Sospecho que lo mismo acontece en todas las guerras: siempre hay idéntico contraste entre la reluciente policía de la retaguardia y los andrajosos soldados de las trincheras”.

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