viernes, 2 de diciembre de 2016

Adviento.

Penelope Stokes en su libro “El café de los corazones rotos” escribe sobre el Adviento:

"Boone, que se había criado como católico mientras que yo renacía una y otra voz en la iglesia baptista, intentó inculcarme el sentido del Adviento.

El periodo liminar, solía llamarlo. El umbral entre la oscuridad y la luz, entre el presente y el futuro inmediato. La transición, el tiempo de la espera. Nunca lo había entendido. Los baptistas no celebramos el Adviento, nos lanzamos de cabeza a las Navidades, al niño en el pesebre, a los pastores y a los reyes magos, a la estrella de Belén y a los coros celestiales. Supongo que no nos gusta mucho lo de esperar y, desde luego, no somos lo bastante sofisticados como para apreciar lo que Boone denominaba “los regalos de la oscuridad”. 

Los baptistas nos centramos en la luz, y lo principal es darle al interruptor, pase lo que pase. Pero por fin comenzaba a entenderlo. Pensé en María, demasiado joven y demasiado inocente, embarazada, atemorizada y avergonzada… porque ¿quién se iba a tragar semejante historia? ¿La visita de un ángel y una virgen embarazada? En el mejor de los casos, sería un sueño o una visión. En el peor, una crisis neurótica. En cualquier caso, una excusa muy boba para un pecado que podría costarle una lapidación. Me imaginaba a la perfección cómo pudo ser la realidad. 

Por primera vez en la vida, vi más allá de los alegres motivos decorativos, de los regalos y de toda la parafernalia. Vi a una adolescente exhausta, con una barriga que parecía un barril, entrar en Belén sobre una mula incómoda y terca. La vi hacer cola durante horas mientras se le hinchaban los tobillos para pagar unos impuestos que no podían permitirse. La vi ponerse de parto en un establo porque todas las hospederías estaban ocupadas y, de todas formas, no tenían dinero para pagar una habitación. 


Sin comadrona, sólo con la ayuda de un carpintero de manos encallecidas que no tenía ni idea de lo que hacer durante un parto. María no escuchaba los cánticos celestiales que recorrían los campos, asustando a las ovejas y a los pastores, ni tampoco tenía noticias de esos reyes ricos que viajaban desde Oriente con caros regalos. Sólo era consciente de la oscuridad, el frío y el dolor. Sólo sentía la sangre, la suciedad del establo y el pánico del parto. Sólo escuchaba a su alrededor las quejas de los animales que sacaban de sus cuadras y las oraciones desesperadas de José, que suplicaba que ni ella ni el bebé muriesen, que sobrevivieran todos para ver el nuevo amanecer. El tiempo de la espera. La oscuridad. El miedo. La trémula esperanza que, de algún modo, sobrevivió con tenacidad contra todo pronóstico…".


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