miércoles, 21 de diciembre de 2016

Obediencia.

Tolstói
Tolstói cuenta que Kasatski era un religioso sobrio, humilde, limpio en el hacer y en el pensar, obediente. Esta última cualidad o grado de perfección era la que más le ayudaba a encontrar llevadera la vida. No importaba que muchas de las reglas debía observar en aquel monasterio, sumamente concurrido, no le gustaran y le escandalizaran; todo se reducía a la nada por medio de la obediencia. “No es cosa mía razonar; mi obligación es obedecer, velando las sagradas reliquias, cantando en el coro o llevando las cuentas del servicio de hostería”. 


La obediencia de Kasatski a su padre espiritual eliminaba la posibilidad de dudas en todos los terrenos. Sin esta obediencia, se habría sentido abrumado por la duración y la monotonía de los oficios religiosos, por el trajín de los visitantes y por otras particularidades de la hermandad monacal, pero gracias a esta virtud no sólo lo soportaba todo con alegría, sino que encontraba en ello gran apoyo y consuelo. “No sé por qué hace falta escuchar varias veces al día unas mismas preces, pero sé que es necesario, encuentro alegría en ello”. Su venerable padre espiritual le dijo que del mismo modo que se necesita alimento material para la conservación de la vida, hace falta el espiritual (el rezo en la iglesia), a fin de sostener la vida del espíritu. Kasatski lo creía así, y realmente los oficios religiosos, aunque a veces le costara trabajo levantarse por la mañana, le proporcionaban indudable sosiego y alegría. Le llenaba de contento el tener conciencia de su propia humildad y de saber indudablemente todos los actos que realizaba por indicación del padre espiritual.

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