sábado, 31 de diciembre de 2016

El bien y el mal.

Si Dios existe, él nos da las claves para percibir Su mano en el curso de los acontecimientos y con la ayuda de esas claves reconocemos el sentido divino de todo cuanto ocurre. Si no existe Dios, nuestro pensamiento sólo puede guiarse por criterios empíricos y los criterios empíricos no llevan a Dios.

Leszek Kolakowskihay
En las cuestiones morales, dice Leszek Kolakowskihay , implícita una circularidad análoga. Si Dios nos da normas sobre el bien y el mal, podemos demostrar que los que rechazan a Dios hacen el mal; si no hay Dios, nosotros decidimos libremente cómo establecer esas normas y siempre podemos demostrar que es bueno todo cuanto hacemos.El peligro de que Dios no exista es que la humanidad iría hacia la autodestrucción. Las normas dependerían de lo que interesa en cada momento. No hay criterios objetivos, claros y permanentes, como los Mandamientos, que estableciesen lo que es bueno y malo.Hoy mucha gente pretende que el bien y el mal son términos relativos. 
comunidad
Una cosa es verdadera,dice Leo J. Trese, mientras la mayoría de los hombres opine que es útil, mientras parezca que esa cosa "funciona". Una cosa o una acción es buena si contribuye al bienestar y a la dicha del hombre. Pero si la castidad, por ejemplo, parece que frena el avance de un mundo siempre en cambio, entonces, la castidad deja de ser buena. En resumen, que lo que puede llamarse bueno o verdadero es lo que aquí y ahora es útil para la comunidad, para el hombre como elemento constructivo de la sociedad, y es bueno o verdadero solamente mientras continúa siendo útil.

Si durante algún tiempo se ha creído que el alma humana y la personalidad entera podían vivir indiferentes al bien y al mal, hemos acabado convencidos de que semejante creencia era una ilusión. Gonzalo Torrente Ballester manifiesta en su libro “Compostela y su ángel”que desdeñamos, por envejecida e ingenua, la noción del pecado (el mal), pero recaímos en otra más ingenua, y a todos aquellos que sienten sobre sí los efectos del mal, los tenemos por enfermos. Lo están, sin duda, y en el marco de sus vidas, la vieja noción razonable de pecado mortal se ha cambiado por la muy moderna de complejo psicológico. Pero, con pecados o complejos, el hombre necesita libertarse del mal, y necesita libertarse precisamente por medio de la confesión, escribe Torrente Ballester. 
Torrente Ballester. 
Ahora las gentes acuden a los médicos que pueden proporcionarles formas de confesión aparatosas, científicamente enmascaradas. El hombre medieval poseía sentido del ridículo. Hubiera reído ante la idea de que un médico le librase de los pecados. El hombre medieval necesitaba, para saberse limpio, de la penitencia y de la absolución ejercitada por quien tenía Poder para ello. Pero, al mismo tiempo, comprendía la magnitud del mal, establecía en ello jerarquías y había aprendido que ciertas ofensas cargaban excesivamente de dolores al Crucificado. Para ellas no bastaba con la normalidad sacramental, y, aunque a veces bastase, la conciencia del cristiano exigía mayores penitencias, grandes esfuerzos, para alcanzar el perdón, gracias especiales que en pocos lugares se discernían. 

Pero el hombre medieval sabía mucho más. No se había roto todavía el sentido antiguo de la comunidad. “Creo en la comunión de los santos”, rezaban diariamente, y para ellos esto era mucho más que una fórmula vacía. Quería decir que no sólo la penitencia consigue el perdón de los pecados propios, sino también de los ajenos. 
Compostela.

Cuando la santa reina de Portugal, que en Compostela se llamó A Raíña, peregrinó en hábito mendigo, no lo hizo por sí, sino por alguien muy próximo, por el prójimo. 

Finalmente, el hombre medieval sabía orar, sigue relatando Torrente Ballester, y sabía convertir en oración los actos de su vida: los grandes y los menudos. Vivía en Cristo Jesús. Todo cuanto hacía podía valer una oración, y jamás se le hubiera ocurrido pensar que una vida humana vulgar puede ser una forma despreciable de existencia, porque la sola virtud de la oración la exaltaba hacia las altas cimas del vivir. 
De acuerdo con los criterios de Nietzsche no hay otra “rectitud” que la fuerza y la vitalidad. Puesto que él glorifica la inocencia del proceso natural, Unschuld des Werdens, y afirma la perfección del mundo tal como es, rechazando desdeñosamente la idea de lo que debe ser, podría parecer que los vencedores tienen razón por definición, y los cristianos son los vencedores.

Si Dios nos da normas sobre el bien y el mal, podemos demostrar que los que rechazan a Dios hacen el mal; si no hay Dios, nosotros decidimos libremente cómo establecer esas normas y siempre podemos demostrar que es bueno todo cuanto hacemos.

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