sábado, 23 de julio de 2016

La independencia de las colonias no mejoró su condición, su riqueza, la felicidad de sus habitantes.

A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, las palabras colonia y colonialismo sonaban francamente bien, y el hecho de tener colonias era un motivo de orgullo para las potencias que las poseían y un motivo de envidia para las demás. El prestigio de cada país se medía en gran manera por el número, la extensión y la población de sus colonias ultramarinas. Estas colonias eran al mismo tiempo unas de las claves fundamentales de la superioridad europea, ya que otras grandes potencias, como Estados Unidos o la Unión Soviética, no las poseían. El dominio colonial era así un símbolo de poder de carácter universal que todos reconocían: al tiempo que confería un carácter global al influjo y control de las potencias europeas sobre el mundo. Y en principio la reducción de países atrasados a la condición de colonia no se interpretaba como una intromisión intolerable por parte de los colonizadores, ni como un desdoro humillante para los colonizados: la presencia de una potencia desarrollada en lejanos territorios significaba no solo riqueza y poder para ella,manifiesta el profesor Comellas, sino cultura, enseñanza, sanidad, protección para seres humanos incapaces de organizarse por sí mismos o de alcanzar un nivel de civilización propio de la dignidad del ser humano.
No puede asegurarse que la independencia de las colonias carentes hasta entonces de soberanía mejorase su condición, su riqueza, la felicidad de sus habitantes, escribe Comellas. En muchos casos, aunque resultan difíciles las estadísticas, podría hablarse de un empobrecimiento o incluso de un descenso cultural. La mayor parte de las colonias eran paises sin tradición nacional,muy vinculados al medio natural en que se desenvolvían y dotados de una organización tribal muy rudimentaria. 

Las potencias colonizadoras realizaron una labor positiva, pero francamente reducida, de educación: llevaron el alfabeto, los sistemas de organización, una religión que hablaba del amor entre los seres humanos y su excelso destino, la sanidad, las vías de comunicación, los inventos occidentales, las mismas nociones de patria, ley, Estado; crearon escuelas, hospitales, centros educativos, acabaron con prácticas crueles y costumbres inhumanas, como la de quemar vivas a las viudas o tener que presentar tres cráneos de otros tantos enemigos para poder casarse. Teóricamente, el régimen de colonización civilizó y llevó una cultura superior a pueblos que carecían de ella.
La Conferencia de Berlín
Debemos abandonar la idea de que las tribus precoloniales vivían felices en sus respectivos paraísos: el dolor, la guerra, el hambre, los odios tribales, los abusos de los fuertes sobre los débiles o de los hombres sobre las mujeres merecían ser desterrados, como en muchos casos lo fueron; pero la generosidad de las potencias colonizadoras muchas veces brilló por su ausencia, o los beneficios se repartieron en proporción muy escasa. Ahora bien, si la colonización causó numerosos daños en los pueblos sometidos, la independencia de aquellos países no significó en todos los casos una verdadera liberación, ni mucho menos la prosperidad o la libertad. Desaparecieron muchas instituciones benéficas y asistenciales, y no fueron sustituidas por otras equivalentes.

Jawaharlal Nehru
Hubo una primera generación de políticos inteligentes y capaces, muchos de ellos universitarios formados en las respectivas metrópolis o muy relacionados con la cultura y la organización de los pueblos más civilizados. Figuras notables fueron, por ejemplo, Jawaharlal Nehru, Ahmed Sukarno, Seku Turé, Leopold Senghor. Jomo Kenyatta, Kwane Nkrumah, Julius Nyerere. Bajo su mandato, parecía, o por o menos así se lo figuraron muchos, que las nuevas naciones se organizaban bien, estaban progresando, y podrían pasar con cierta rapidez un periodo de transición que les permitiera vivir las condiciones propias de todos los países civilizados. La generación que siguió ya no estuvo a la misma altura, y muchos países cayeron en manos de dictadores o de hombres corruptos.


No debemos suponer que la pérdida de las colonias empobreció a las antiguas metrópolis, manifiesta Comellas. Francia liquidó su imperio colonial con déficit, y creció más rápidamente a partir de la pérdida de aquellas posesiones ultramarinas. Lo mismo puede decirse de Bélgica y Holanda. Alemania había tenido pérdidas mientras fue administradora de territorios lejanos, y no es seguro que el descenso de Inglaterra como gran potencia financiera se debiera al hecho de quedarse sin colonias, sino a las terribles deudas de guerra. Muchas de sus dependencias,las principales excepciones fueron la India y Sudáfrica,representaban cargas administrativas y militares, aparte de que el mantenimiento de la primera flota del mundo para asegurar tan inmenso imperio era sumamente costoso. En muchos casos al menos, la descolonización supuso liberarse de cargas.

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