martes, 26 de julio de 2016

El amor entre el zar Nicolás y la zarina Alejandra es una historia de auténtica entrega conyugal.

El Zarévich Nicolás y la princesa Alix en 1.894
Alix de Hesse-Darmstadt, nieta de la reina Victoria de Inglaterra, había viajado por primera vez a San Petersburgo para asistir a la boda de su hermana Elizabeth con el Gran duque Sergio, hermano menor de Alejan, dro III. Tenía entonces doce años y Nicolás dieciséis. Un lustro después vuelven a encontrarse en una visita que la princesa rinde a su hermana. Las diecisiete primaveras de Alix dejan a Nicolás hipnotizado; a ella, por su lado, le arrebatan el alma los ojos inmaculadamente azules de Nicky, su sonrisa inocente y su aire tímido, cuenta Alejandra Vallejo-Nágera. A las pocas horas de coincidir, ya consideran que la vida sólo merece la pena vivirla si es junto al otro. Año tras año confirman epistolarmente sus sentimientos: “Soy tuya y tú eres mío, de eso puedes estar seguro”, escribe ella, y a eso añade en envío posterior: “Estás encerrado en mi corazón, la llave se me ha perdido y ahora deberás quedarte aquí para siempre”.
Alejandro III de Rusia 
La inesperada muerte de Alejandro III a los cuarenta y nueve años hace a Nicolás tomar la decisión de adelantar su boda. En momentos de tamaño dolor, de tan grande flaqueza, el nuevo Zar desea dormir y amanecer junto a la persona que más confianza le da en sí mismo. 

El 26 de noviembre, pocos días después de los funerales del progenitor fallecido, Nicolás aprovecha el cumpleaños de su madre y que el protocolo permite interrumpir el luto. La boda se celebra este señalado día, en ella la novia cambia su nombre por el ruso de Alejandra Feodorovna. La recién casada tiene veintidós años, todavía es una mocosa para su suegra y también para la mayoría de sus nuevos súbditos. 

Se prescinde del banquete, de la fiesta y del viaje de novios, pero a ellos les da igual, tras su primera noche juntos Alix escribe en el diario de su marido: “Por fin unidos, unidos para toda la vida, y cuando esta vida termine, nos volveremos a encontrar en el otro mundo y seguiremos unidos para la eternidad. Tuya, tuya”. La pareja se prodiga pasión, derrocha ternura y alegría, ambos lamentan el tiempo que sus obligaciones les restan para estar juntos. El amor entre Nicolás y Alejandra se mantendrá a lo largo del tiempo a pesar de todas las adversidades y sufrimientos que el destino les depara. Lo suyo es una historia de auténtica entrega conyugal.

Palacio de Invierno en San Petersburgo.
En mayo de 1.896, un año y medio después de casarse, se suceden los trámites que legalizan la sucesión al trono en los que Nicolás y Alejandra serán proclamados emperadores de Rusia; grandes duques de Smolensk, Lituania, Bolina, Podolia y Finlandia; príncipes de Estonia, Bulgaria, Yougouria, etcétera. Los nuevos emperadores rusos serán los más acaudalados de Europa, dueños de los palacios de Invierno en San Petersburgo, más dos en Tsárskoie Seló, tres en Peterhof, dos en Crimea y el Kremlin en Moscú. A estas residencias principales se suman cinco palacios diseminados por el país, más varios palacetes de caza en Finlandia, fincas en Polonia, cuatro yates particulares y dos trenes imperiales. En Rusia, los emperadores y algunos miembros de la aristocracia lo poseen prácticamente todo; al resto del pueblo le quedan unas cuantas migajas.

El Kremlin de Moscú.
La Zarina desdeña a las personas acomodadas que se acuerdan de Dios sólo cuando no pueden comprar con dinero la solución a los problemas. Las clases bajas, por el contrario, no se permiten perder la fe en el Altísimo porque su sustento diario depende de la esperanza que depositan en Él; están demasiado ocupadas en soportar el frío y el hambre como para gastar el tiempo en fútiles excesos que ofenden al Señor. El Creador dirige sus pasos y vidas.

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