lunes, 18 de julio de 2016

Emiratos Árabes Unidos.

En una región de guerras civiles (Siria, Yemen, Libia), dictaduras en trance de consolidación (Turquía, Egipto), desarrollos nucleares (Irán) y potenciales catástrofes hídricas (Irak), ¿dónde puede uno vivir una buena vida? Quizá en los Emiratos Árabes Unidos.

Emiratos Árabes Unidos
Pese a los numerosos desafíos que tiene planteados,la cercanía de Irán e Irak, la práctica ausencia de agua dulce, el derrumbe de los precios del petróleo, el hecho de que 8 de cada 9 residentes sean extranjeros, el islamismo violento al acecho, sus 10 millones de habitantes tienen un buen vivir.

Emir de Dubái.
Dos hechos básicos marcan la pauta. En primer lugar, Emiratos tiene la distinción casi exclusiva de estar gobernado por un comité que está integrado por los siete gobernantes de los siete emiratos que lo conforman. Son gobernantes que pertenecen a familias influyentes y extensas. Tal combinación dificulta que un individuo domine el país o lo gobierne de manera narcisista. Al mismo tiempo, cada soberano (en especial, el emir de Dubái) disfruta de amplia libertad en sus dominios, lo que da a cada emirato un carácter específico.

Dubái.
En segundo lugar, el acuerdo entre gobernantes y gobernados hace que los primeros tengan una gran autoridad a cambio de que procuren estabilidad y prosperidad. Como en otras monarquías del Golfo Pérsico (con la excepción de Kuwait), una combinación de pasado tribal y presente signado por la riqueza petrolera ha creado una sociedad en la que apenas se da el habitual toma y daca político, cuyo lugar ocupa un paternalismo que aúna el poder de un Gobierno que no necesita recaudar tributos con la protección de un liderazgo tribal. En vez de democracia, los gobernantes albergan veladas políticas abiertas a todo.

El paternalismo se cifra en una norma sencilla: no desafiar a los gobernantes; jamás intentar reducir su poder; mantener el decoro y la discreción públicos. El resultado es una sociedad centrada en las relaciones sociales y familiares; en el ir de compras, el entretenimiento, los viajes y otros placeres inocentes para niños, familias y parejas. El erotismo, la tensión y el radicalismo no son bienvenidos. Las informaciones tienden a ser
Hotel Atlantis de Dubái 
ligeras, versar sobre las reuniones del emir, las fluctuaciones del precio del petróleo, los horarios de apertura de los comercios, el cierre de los puentes, el horario de las plegarias y las competiciones deportivas. El flamante Hotel Atlantis de Dubái evoca Las Vegas, excepto por el hecho de que el juego, la juergas alcohólicas y la prostitución son ilegales. La Global Village, también en Dubái, parece una réplica de Disneylandia.

Global Village
En el ámbito privado, a los residentes (tanto súbditos como expatriados) se les deja bastante en paz. Las discusiones sobre política, ideología, alcohol, drogas y sexo son ignoradas siempre que medie la prudencia y no amenacen el orden público en ningún momento. Hay cámaras por doquier, pero las cintas sólo se revisan por algún motivo concreto.
A todo aquel que quiera ir más allá de los límites aceptables se le aconseja que se vaya a vivir a cualquier otro lugar, dado que los castigos pueden ser harto severos.

El gobierno en comité tiene sus limitaciones, pero, comparado con las dictaduras del entorno, luce bastante bien. La hipocresía no es encantadora, pero ha vencido a la opresión religiosa que se puede encontrar en la vecina Arabia Saudí.
LA GRAN MEZQUITA DE ABU DAVI
Mi conclusión, dice Pipes, es que sean las que sean las fallas de Emiratos, y las hay en abundancia, pugnar por un Gobierno más democrático y una sociedad despreocupada puede abrir este oasis de calma y apertura a las furias que dominan el resto de la región. Mejor dejarlo como está y potenciar su influencia en la zona.

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