lunes, 11 de septiembre de 2017

Signos de advertencia.

Pompeya.
Cuenta Mary Beard que los habitantes de Pompeya habían visto los signos de advertencia aparecidos horas (si no días) antes de la catástrofe. El único testimonio ocular de la erupción que poseemos es un par de cartas escritas un
Mary Beard
cuarto de siglo después del desastre al historiador Tácito por su amigo Plinio, que se encontraba en el golfo de Nápoles cuando se produjo la erupción. Compuestas indudablemente con ayuda de la memoria y la imaginación, las epístolas de Plinio demuestran que todavía era posible escapar después que apareciera en el cráter del Vesubio la nube “en forma de pino”. El tío de Plinio, la víctima más famosa de la erupción, murió porque era asmático y decidió, en un alarde de valentía (o de estupidez, según se mire) que tenía que observar más de cerca lo que estaba pasando en interés de la ciencia. Y si, como piensan actualmente muchos arqueólogos, hubo una serie de temblores y pequeños terremotos durante los días o meses que precedieron al desastre final, semejantes indicios habrían incitado también a la gente a abandonar la zona. Pues no solo era Pompeya la que estaba amenazada y acabó tragada por la lava, sino una amplia franja de tierra situada al sur del Vesubio, incluidas las ciudades de Herculano y Estabia. 

Cadáveres encontrados en la ciudad
En efecto, fueron muchos los que huyeron, como confirma la cantidad de cadáveres encontrados en la ciudad. En el curso de las excavaciones han sido desenterrados unos mil cien. Debemos tener en cuenta los que todavía puedan quedar en la parte de la ciudad que aún no ha sido excavada (casi una cuarta parte de la antigua Pompeya permanece sin explorar), y los restos humanos pasados por alto en excavaciones anteriores (los huesos de niño pueden confundirse fácilmente con los de animales y ser descartados). Aun así, parece improbable que en el desastre perdieran la vida más de dos mil pompeyanos. Independientemente de cuál fuera la población total de la ciudad, y los cálculos oscilan entre los seis mil cuatrocientos y los treinta mil, se trata de una proporción pequeña o muy pequeña. Los individuos que escaparon en medio de la lluvia de cenizas quizá se llevaran consigo solo lo primero que pudieran agarrar y fueran capaces de transportar. Los que dispusieran de más tiempo se llevarían un mayor número de pertenencias.

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