jueves, 28 de septiembre de 2017

Avanzar y retroceder en caprichosas e indóciles oleadas parece haber sido el destino de la especie humana.

Homero.
Lo que hace valiosa a una obra no es su actualidad sino su intemporalidad, su capacidad de tener sentido para gente de muchas culturas y de muchas épocas distintas. Si alguien escribiera hoy como Homero o como Dante tendría que ser aceptado y apreciado, ya que el valor estético de una obra corresponde a su verdad interna, a su coherencia orgánica, y no se debe a ninguna condición exterior.

Dice William Ospina que no hay progreso en el arte. Los dibujos de Picasso no son superiores ni más avanzados que los que hizo en las paredes el huésped de Altamira. Moliére no es superior a Sófocles ni Rodin a Fidias. Cada obra de arte propone su propio ideal, establece su propio nivel de excelencia, y no refuta ni supera otras obras.

Cueva de Altamira. 
Aviones cada vez más veloces pueden generarnos la ilusión de un inmenso poder sobre las leguas y los reinos, aunque no debemos ignorar que vivieron mejor la aventura del mundo hombres como Alejandro o Marco Polo, que los afanosos ejecutivos de hoy, yendo cada día de idéntico avión a idéntico hotel y de allí a idéntica sala de juntas en confines del mundo a los que no consideran necesario explorar porque ya conocen sus cifras estadísticas. Pienso
William Ospina.
también, dice Ospina, en esos atléticos turistas orientales que descienden a prisa de los autobuses para turnarse velozmente ante la cámara junto al edificio o el mármol correspondiente, y que velozmente se alejan con su botín de memoriosas fotografías que otro día les dirán donde estuvieron.

Si existiera necesariamente el progreso, manifiesta Ospina, el mundo no habría llegado desde el siglo de Adriano hasta el siglo de Hitler, de la mente universal de Francisco de Asís a esas monstruosas mesas con patas de elefante que se exhiben en ciertos almacenes de decoración, de los genocidios de Gengis Kan a los genocidios de Pol Pot. Avanzar y retroceder en caprichosas e indóciles oleadas parece haber sido el destino de la especie humana, extrañamente desprendida del orden natural para erigirse sin mayores títulos en dueña del mundo y árbitro y verdugo de las especies.

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