viernes, 1 de septiembre de 2017

La única razón para que los inversores privados estén dispuestos a adquirir bienes públicos es que el Estado reduce su exposición al riesgo.

Tony Judt
Tony Judt explica que la única razón para que los inversores privados estén dispuestos a adquirir bienes públicos que en apariencia son ineficientes es que el Estado elimina o reduce su exposición al riesgo. En el caso del Metro de Londres, por ejemplo, se creó un “Consorcio Público-Privado” para invitar a los inversores interesados a participar. Se aseguró a las compañías compradoras que pasara lo que pasara estarían protegidas contra pérdidas graves, lo que debilita el argumento a favor de la privatización, el afán de lucro. En esas condiciones privilegiadas el sector privado resulta al menos tan ineficaz como el público, se emboba los beneficios y deja que el Estado cargue con las pérdidas. El resultado ha sido el peor tipo de economía mixta, una empresa privada apoyada indefinidamente por fondos públicos. En Gran Bretaña, los  privatizados Grupos de Hospitales del Servicio Nacional de la Salud quiebran periódicamente, casi siempre porque se les insta a que generen todos los beneficios posibles, pero se les prohíbe
inversores privados
cobrar lo que piensan que el mercado puede soportar. Entonces, los trusts de hospitales (como el Metro de Londres) acuden al gobierno para que se haga cargo de la factura. Cuando esto ocurre en serie, como pasó con los ferrocarriles privatizados, el efecto es una paulatina renacionalización de facto, pero sin ninguna de las ventajas del control público. El resultado es un albur moral. El popular tópico de que los bancos que pusieron de rodillas a las finanzas internacionales en 2008 eran demasiado grandes para dejar que se hundieran se puede extender infinitamente. Ningún gobierno puede permitir que su sistema de ferrocarriles se hunda. No se puede dejar que las compañías eléctricas o de gas privatizadas, o las redes de control del tráfico aéreo, acaben paralizándose por la mala gestión o por incompetencia financiera. Y, claro está, sus nuevos gestores y propietarios lo saben.

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