viernes, 15 de septiembre de 2017

Denominador común europeo.

George Steiner
Según George Steiner, Europa es ante todo un café repleto de gentes y palabras, donde se escribe poesía, conspira, filosofa y practica la civilizada tertulia, ese café que de Madrid a Viena, de San Petersburgo a París, de Berlín a Roma y de Praga a Lisboa es inseparable de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas del occidente en cuyas mesas de madera y paredes tiznadas de humo nacieron todos los grandes sistemas filosóficos, los experimentos formales, las revoluciones ideológicas y estéticas. Es verdad que en la Europa anglosajona el café casi no existe, y que el pub y la taberna carecen de solera intelectual; son lugares donde se va antes a beber y comer que a conversar, leer o pensar y que, por lo tanto, ese denominador común europeo se adelgaza mucho cuando salta de la Europa continental y
paisajes europeos
mediterránea a Inglaterra, Irlanda y los países nórdicos.


La segunda seña de identidad europea es compartida por todos los países europeos sin la más mínima rebaja ni excepción: el paisaje caminable, la geografía hecha a la medida de los pies. Ese paisaje civilizado lo es porque, aquí, la naturaleza nunca aplastó al ser humano, siempre se plegó a sus necesidades y aptitudes, nunca dificultó ni paralizó el progreso.

El tercer rasgo compartido es el de poner a las calles y a las plazas el nombre de los grandes estadistas, científicos, artistas y escritores del pasado, algo inconcebible en América, dice Steiner, donde las avenidas se suelen designar por números, y las calles, por letras y a veces nombres de árboles y plantas. Sólo en Europa ocurre, como en Dublín, que en las estaciones de autobuses se instruya a los viajeros sobre las casas de los poetas de la vecindad.

Fe y Razón en San Agustin
La cuarta credencial compartida por los pueblos de Europa, es descender simultáneamente de Atenas y Jerusalén, es decir, de la razón y de la fe, de la tradición que humanizó la vida, hizo posible la coexistencia social, desembocó en la democracia y la que produjo los místicos, la espiritualidad, la santidad y la verdad religiosa.




A Steiner lo atormenta la supervivencia, en nuestros días, de lo que llama la pesadilla de la historia europea. Los odios étnicos, el chovinismo nacionalista, los regionalismos desaforados y la resurrección, a veces solapada, a veces explícita, del antisemitismo. Pero también, y sobre todo, la uniformización cultural por lo bajo a consecuencia de la globalización, que, a su juicio, está desapareciendo la gran variedad lingüística y cultural que era el mejor patrimonio del Viejo Continente.No sólo para los europeos es importante que la Unión Europea se consolide y progrese. El mundo estará mejor equilibrado si una gran comunidad europea sirve de contrapeso a la superpotencia que ha quedado en el escenario luego de la desintegración del imperio soviético. Contrapeso significa competencia, diálogo, incluso tensión amistosa, no hostilidad.

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