sábado, 2 de septiembre de 2017

No imaginamos nuestra vida sin todo a lo que profesamos un sincero amor.

José Ortega y Gasset 
Para Ortega lo peculiar de aquello que amamos consiste en su ser imprescindible. No imaginamos nuestra vida sin todo a lo que profesamos un sincero amor. Por eso, al amar donamos a lo otro una parte de nosotros, como si se tratara de “una ampliación de la individualidad” que se funde con nosotros. El ser, en expresión de Aristóteles, se dice de muchas maneras. Y en sus múltiples manifestaciones siempre se esconde un fondo espiritual del que solo nos hacemos conscientes a través de esta peculiar doctrina orteguiana del amor. El amor liga todas las cosas entre sí en una estructura esencial, por lo que, en expresión del filósofo madrileño, “amor es un divino arquitecto que bajó del cielo”. Por el contrario, todo cuanto supone inconexión y desmembramiento encierra la más pura y violenta destrucción, cuyo baluarte es el odio. 


A juicio de Ortega, es el pueblo español, muy proclive a proveerse de un “corazón blindado”, el que hace que los pueblos se separen, provocando a la vez un “incesante y progresivo derrumbamiento de los valores”. La finalidad que Ortega persigue en las Meditaciones del Quijote es hacer recapacitar a la sociedad española, y en concreto a los más jóvenes, sobre la malévola y perniciosa acción del odio. Solo el amor debe administrar el universo de los asuntos humanos. Y a continuación sugiere Ortega las armas que a su alcance posee para llevar a cabo tal empresa: “para intentar esto no hay en mi mano otro medio que presentarles sinceramente el espectáculo de un hombre agitado por el vivo afán de comprender”.

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