lunes, 18 de septiembre de 2017

Al miedo hay que oponerle también miedo, o algo que resulte igual de poderoso.

John Keegan
Nos engañaríamos si pensáramos que los hombres pueden ser conducidos a la batalla solo mediante estímulos, halagos o inspiración, cuenta John Keegan. Las meras palabras constituyen un antídoto un tanto incierto contra el miedo. Al miedo hay que oponerle también miedo, o algo que resulte igual de poderoso o más. El comandante que no se atreva a amenazar a sus tropas con el castigo, o que no se digne sobornarlas o recompensarlas, será una presa fácil.
Arthur Wellesley. Duke of Wellington

Wellington que mandaba hombres que se habían alistado en el ejército por necesidad y que servían en él sin el menor sentido del deber público,consideraba indispensables el castigo feroz y la recompensa en forma de botín.

Napoleón, el primero que mandó algo parecido a un ejército de ciudadanos, había comprendido desde el primer momento que la dignidad del ciudadano soldado exigía que se lo recompensase por su conducta excepcional no con el premio arbitrario del botín, sino mediante signos que expresasen la estima de la sociedad. La Legión de Honor, instituida en 1802, fue la primera condecoración al valor creada en un ejército que se le podía conceder a cualquier soldado, al margen de su rango.

Entrega de condecoraciones de la Legión de Honor por el emperador Napoléon, el 14 de julio de 1804.
Hitler, que era dueño del mecanismo de ascensos y condecoraciones, hizo abundante uso de él con sus generales de éxito. De manera astuta, restituyó el estilo de conquista de los antiguos, y benefició a algunos escogidos de alto rango con las llamadas donaciones, es decir, concesiones de tierras o de dinero entregadas en privado y
en secreto. Era un procedimiento calculado para socavar la integridad de la Generalität, sembrando la desunión y desarmando a la oposición. Con todo, hasta su ruptura total con el ejército en julio de 1944, Hitler fue curiosamente poco severo con los derrotados, aun si eran contrarios a él.

Stalin, quien, tras haber asesinado a la mitad de los oficiales veteranos del ejército rojo en 1938, no vaciló al ejecutar a los generales que fracasaron en la crisis de 1941; algunos se suicidaron, anticipándose a su destino.

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